Herencia
e invención: un diálogo más allá de la generación
Por Mariano Pacheco*
En
una entrevista que le realizó el periodista Claudio Mardones para el
diario Tiempo Argentino, el dirigente de la Confederación de
Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), Juan Grabois, decía el
otro día que era hora de que la generación de 2001 tomara más
protagonismo.
Lo
decía a propósito de la calamitosa situación que vive la
Argentina, los armados electorales y las elecciones nacionales del
año que viene. Fue llamativo, porque cuando leo 2001 pienso
totalmente en otra cosa: veo el símbolo de las jornadas
insurreccionales del 19 y 20 de diciembre que tantos, tantas,
protagonizamos en las calles, con profunda irreverencia, pizcas de
audacia política, y radicalidad en los métodos de lucha.
Me
veo en una foto, con 21 años, hablando en un acto del Día de los
Trabajadores en una Plaza de Mayo colmada, aquel 1° de Mayo de 2002,
y pienso si entonces quienes la militamos en espacios emergentes como
la Coordinadora Anibal Verón no tuvimos un protagonismo profundo en
esos meses, precisamente, porque supimos hacernos un lugar, entre la
orfandad política y los mandatos superyoicos del setentismo.
Hay
veces en las que miro a los setentistas y me digo: les falta 2001,
les falta rock.
Son
excepcionales los casos en que las militancias de esa generación
pudieron procesar lo nuevo (lo nuevo que emergió en la resistencia
al neoliberalismo, pero también lo nuevo del mundo capitalista que
habitamos ya desde hace tres décadas). Otras veces miro la
generación de 2001 y me digo: nos falta feminismo, pero también nos
falta setentismo más allá del setentismo (es decir: nos falta la
vocación de cambiarlo todo que hubo en los 70, no la resignación
ante el estado de la situación del mundo capitalista y la nostalgia
de lo que quedó como imaginario de aquellos años en la última
década y media).
Vuelvo
a leer las palabras de Grabois y me preguntó por qué las dijo.
Ya
leí por ahí que el Pelado Tumini salió a contestarle: dice que lo
que dijo Grabois tiene que ver en parte con la interna entre él
(dirigente de Libres del Sur), y Vicky Donda (que rompió con su
organización junto a Daniel Menéndez, principal referente del
movimiento Barrios de Pie). También las palabras de Tumini pueden
interpretarse a modo de bumeran. No lo dice pero lo da a entender:
detrás de ese reportaje también está el contraste entre Grabois y
Pérsico, el setentista que en la última década y media supo poner
en pie al Movimiento Evita, y desde allí, ser uno de los artífices
del armado de la CTEP. Como sea, la parte de las internas (que las
hubo, las hay y las habrá), no me parece lo más importante de la
discusión (amén de que se centra en una guerra de egos más
parecida a las que entablan las vedettes y galanes por TV que a las
contradicciones sustanciales que existen en el seno del movimiento
popular). Es cierto que en la ruptura de Libres del Sur el hecho de
que un dirigente joven y una referente mujer queden del otro lado no
favorece demasiado a Tumini, pero también es cierto lo que él dice:
el hecho de que ser joven o mujer no garantiza nada por sí mismo.
Así y todo no deja de ser sintomático que en la ruptura queden, de
un lado el par joven/mujer y del otro, el par Tumini/Cevallos, dos
hombres hechos y derechos. Como sea, la discusión generacional
tampoco debería reducirse –entiendo-- a una cuestión biológica,
de edades.
Se
sabe: lo que une a una generación es el hecho de
asumir de conjunto una situación histórica, de pensarse a partir de
una serie de temas comunes alrededor de los cuales articular una
praxis. En el caso de la generación de 2001 de lo que se trató fue
de inventar una mirada. Y si bien es cierto que cada generación
intenta hacerlo, la de 2001 fue la primera que pensó y actuó
después de la debacle histórica, de la caída de las grandes
experiencias y los grandes relatos que estructuraron las andanzas de
los pueblos en todo el mundo por más de un siglo; la primera que se
vio fatalmente marcada por una doble ausencia: la de una generación
diezmada por el terrorismo de Estado, primero, y luego silenciada
–como proyecto– por los “consensos” de la democracia de la
derrota. Es decir, una generación que no pudo cometer su parricidio
porque la brutalidad del Estado y la complicidad de ciertos sectores
sociales le ganaron de mano, no en un duelo simbólico sino en otro
muy real.
Sobre todo esto el historiador
y ensayista Omar Acha supo publicar un libro, hace una década ya, y
aquí no hago más que reponer algunos de sus puntos de vista, y
hacerlos propios, con la vocación de entender que la tarea por
delante es colectiva, y que requiere de un coro de voces y una danza
de cuerpos que puedan entrelazar los puntos de vista singulares con
el obrar de conjunto de una intelectualidad crítica (es decir,
revolucionaria).
En fin: quisiera subrayar el
hecho de que la del 2001 fue una generación que intentó pensar y
actuar, entre finales del siglo XX e inicios del XXI, sustrayéndose
de la lógica binaria del obrerismo marxista y el caudillismo
peronista. Pero esa misma generación, que actuó en cierto vacío
sin temerle tanto a la incertidumbre, luego se mostró incapaz de dar
respuestas propositivas a la reinstalación (otra vez) de las viejas
verdades. Denunció cooptación en vez de intervenir creativamente;
se refugió en la impotencia de la queja en lugar de asumir las
limitaciones históricas en función de proyectar lo más potente de
su corta pero intensa experiencia; se quedó lamentándose por lo
que no fue en lugar de aceptar el desafío de repensarse en nuevos
contextos; ensayó –en el mejor de los casos-- una serie de
iniciativas en el plano micropolítico que hubieran sido realmente
potentes si las hubiese articulado con intervenciones en el plano
macropolítico, en lugar de refugirse en la autoindulgencia. Es
decir: fue una generación que supo resistirse a la tentación de
trocar los ideales de cambio por una narrativa (que fue a su vez una
normativa) que pretendió linkear los años setenta con el mito del
“país normal”, pero se quedó a mitad de camino, condenada a la
queja –como decíamos-- impotente frente a otros discursos que ya
no eran los embates del enemigo sino el de otras corrientes del
movimiento popular.
En los últimos tres años y
con la incapacidad evidente que mostraron esos “jóvenes-viejos”
que emergieron durante la “década ganada” (el recambio etáreo
de la generación de los 70 que se incorporó a la vida política
argentina entre 2008 y 2011) para enfrentar una embestida
conservadora como la emprendida por la gestión Cambiemos, ya sin
manejar importantes resortes del Estado, con menos recursos
económicos, con una jefatura en silencio o en retirada, surgió la
tentación, en muchos sectores, de pensar que había una suerte de
revancha histórica, como si entre 2002 y 2015 no hubiese pasado
nada. Toda idealización del pasado y toda incapacidad de asumir que
la historia nunca se repite, esconde una actitud profundamente
reaccionaria, conservadora, por más que vista ropajes de izquierda o
progresismo.
Vuelvo
a releer las palabras de Grabois y me preguntó, una vez más, por
qué las dijo.
Me
asombro de la equiparación entre 2001 y juventud en este tiempo.
Darío (Santillán), tenía 21 años cuando lo asesinaron, en junio
de 2002. Y no era de los más jóvenes, pero tampoco de los más
grandes que encabezaban esas experiencias. Han pasado casi 20 años.
Juventud divino tesoro, pero a las cosas por su nombre. Ya no somos
tan jóvenes, por más que nos comparemos con la vieja dirigencia
partidaria y sindical de posdictadura.
Me
pregunto entonces si no es momento de entrelazar saberes
generacionales.
Miro
con una mezcla de asombro y admiración a las pibas y pibes que
vienen tomando colegios secundarios, siendo protagonistas de esta ola
verde que colocó al movimiento de mujeres en el centro de la escena
contemporánea, a la vez que observo con cierta preocupación ese
déficit de historicidad que Rodolfo Walsh supo señalar que faltaba
en la formación de los cuadros de la organización Montoneros, que
sabían más del proceso que vivieron los bolcheviques en Rusia que
los patriotas independentistas en el país. Me preguntó qué diría
hoy, ante ese prejuicio anti-intelectualista que prima en muchos
sectores, combinado con otra cierta apología del pragmatismo, que
genera una dinámica de instantaneismo en el que ya no sólo quedan
de lado las experiencias de las luchas y las reflexiones que se
produjeron en la Argentina sino también las que el comunismo (y el
anarquismo) supo dar en todo el mundo por más de un siglo.
Herencia
e invención.
“¡Cuanto
leninismo le falta al feminismo!”, se escucha por aquí. “¡Cuanto
dosmiluno le falta al setentismo!”, se dice por allá. “¡Cuanto
feminismo nos falta a los dosmiluneros y setentistas!”, se podría
agregar. Pero tal vez lo que nos falta es dejar de poner el foco en
la falta, de pensar sólo desde el propio lugar de enunciación
(¡cuanto neoliberalismo que llevamos dentro!). Quizá de lo que se
trate sea de valorar este hecho inédito de que distintas
generaciones se crucen en un proceso que el enemigo no ha logrado
aniquilar, en donde hay lógicas, tradiciones y perspectivas
diversas, en muchos casos contradictorias, en tantos aspectos
complementarios. ¿Centrismo? Nada de eso. Valorar esa diversidad no
implica no delimitar la propia posición. Y conversar, debatir,
polemizar. Si bien es cierto que cada generación
reactualiza las lecturas a partir de sus propias urgencias y
preocupaciones, eso no implica (o no debería implicar) que
deba dejarse de lado el hecho de asumir el desafío de entender que,
así como la tradición asfixia, la falta de legados
limita.
Nada ni nadie debería
privarnos de la posibilidad de enlazar la invención con ciertas
herencias, de poner en serie la creatividad con las lecturas (y las
conversaciones) que permitan recuperar ciertos saberes.
Tal vez, más que pensar en
que la generación de 2001 ocupe cierto lugar determinado, habría
que pensar en que un nuevo proyecto popular ponga en discusión los
saberes acumulados por el setentismo, el 2001 y las nuevas
generaciones que, con las mujeres a la cabeza, se vienen abriendo
paso a los codazos para también poner su voz en las discusiones
contemporáneas.
*Redactor
del portal y conductor del programa radial
La luna con gatillo (www.lalunacongatillo.com).
Columnista
de Resumen
Latinoamericano (www.resumenlatinoamericano.org).
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