Por Mariano Pacheco*
Lo
pulcro civilizado contra lo sucio bárbaro, he ahí una gráfica
contradicción que nos define en el estado de tensión que solemos
atravesar los pueblos Latinoamericanos. Nuestras elites siempre tan
dispuestas a barrer el elemento bárbaro de estas tierras en pos de
hacer los mayores esfuerzos por parecernos a la civilizada europa.
¿Es
casual que el ataque perpetrado contra Corina de Bonis haya sido un
día después de la conmemoración del Día del maestro, y el mismo
día en que diversos movimientos sociales protagonizaron una protesta
a nivel nacional con Feriazos y ollas populares? Tal vez, porque
tampoco desde el poder y sus sicarios se suele pensar todo. Así y
todo, no deja de ser sintomático lo que ha sucedido, y el momento en
que ha sucedido.
Desde
hace tiempo vengo sosteniendo que debería dejar de conmemorarse al
Día del Maestro el 11 de septiembre. Y que debería pasarse dicho
homenaje a quienes desempeñan la labor educativa al 4 de abril, día
en que fue asesinado en la Patagonia el maestro Carlos Fuentealba.
Porque no hace honor a nuestra historia como pueblo una figura como
la de Domingo Faustino Sarmiento, promotor del exterminio de gauchos.
Los
nombres que rescatamos, los “próceres” que destacamos, no son un
dato más del paisaje contemporáneo. Son los modo en que nos
decidimos a leer la historia. Y ya se sabe: la historia no es una
imagen congelada del pasado sino bloques vitales de antaño que
continúan operando en el presente a través de figuras inspiradoras,
de legados clasistas que marcan de dónde venimos y hacia dónde
vamos.
Una
maestra que organiza ollas populares es secuestrada, torturada
y marcada en su cuerpo por esos otros civili-bárbaros que
enlazan con planteos como los de Sarmiento (esa figura bárbara
incrustada en el corazón mismo de la civilización). No ahorrar
sangre de gaucho, no ahorrar sangre de indios, no ahorrar sangre de
cabecitas negras. En fin: no ahorrar sangre de la negrada.
¿Por
qué molestan tanto las ollas populares?
Tal
vez, podríamos pensar, porque su figura trae
siempre consigo el fantasma del desierto, de las tolderías, de los
indios como algo del presente y no como mero pasado Latinoamericano.
El
miedo al desamparo y la intemperie suele colocar a las blancas almas
argentinas frente a frente con una inseguridad que molesta ante
aquello que la civilización suele colocar como un pasado ya
superado, y al que -dicho sea de paso- siempre que puede trata de
obviar, incluso, como pasado.
La
olla popular trae aparejado el fuego, la desnutrición y la escasa
alimentación de un país que produce alimentos de sobra, pero en
donde su población pasa necesidades básicas.
La
olla popular religa aquello que el neoliberalismo a quebrado, o que
pretende todo el tiempo quebrar: las dinámicas comunitarias, la
solidaridad horizontal, la perspectiva colectiva.
Atravesados
por un
presente de
inmediatez y de
pérdida de conexión entre generaciones, días como el del Maestro
deberían ayudarnos para romper la ritualización vacía de las
figuras canónicas de Argentina liberal y vincularnos más a figuras
que expresan una micro-épica de la vida cotidiana, como Corina, la
maestra de Moreno a la que le escribieron “Ollas no” con un
punzún en su cuerpo; y como tantas otras mujeres, hombres y
existencias diversas que cotidianamente dan testimonio de una ruptura
con los mandatos del sálvese quien pueda, la meritocracia y las
ansias de acumulación de bienes materiales como única camino
posible (y deseable) en la vida.
Al
fin y al cabo, todas y cada uno de nosotres tienen en sus vidas un
maestro, una maestra o varios a quienes sabe en su intimidad que le
debe una parte de su ser, más allá de los tributos públicos que
puedan realizarse o no. “¿Cómo anda maestro?”, suele ser un
término que se escucha con frecuencia en la cotidianeidad, a modo de
saludo, pero también a modo de homenaje a quienes –se dediquen o
no a la docencia formal- se los asume como formadores de nuestra
comunidad.
“El
fuego para calentar debe venir siempre de abajo”, expresa el viejo
refrán de Martín Fierro, figura compleja de la historia nacional.
La olla popular es centralmente eso: fuego de abajo (de la olla);
fuego de los bajos-fondos en donde suelen realizarse; fuego de las y
los de abajo, al menos de quienes –de tanto en tanto en nuestra
historia-- se disponen a extenderlo más allá de los puntos fijos en
donde se cocina, para recordar que hay otro fuego, el rojo fuego de
la pasión de los sujetos rebeldes, que pujan por habitar de otro
modo el mundo, y luchan
por transformarlo.
*Editorial de La luna con gatillo, jueves 13 de septiembre de 2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario