(Recordar, Repetir,
Reelaborar)
Por
Mariano Pacheco*
Hace 50 años moría John William Cooke, producto de un cáncer de pulmón.
¿Qué
sentido tiene recordarlo hoy, cuando nuestras funciones de
respiración se ven alteradas no por una enfermedad biológica de
nuestro cuerpo sino por lo asfixiante que se torna el saludable
momento que atraviesa –que sigue atravesando más bien, deberíamos
decir-- el cuerpo social? El “realismo capitalista” (como designó
el pensador británico Mark Fisher a este sentimiento de que el
capitalismo se presente sin fisuras como el único horizonte de
posibilidades) está a la orden del día, en Argentina, en Nuestra
América y en el mundo entero.
Cooke
(el Bebe Cooke; el Gordo Cooke) puede aparecer como una pieza de
museo, o más bien como un personaje simpático de una serie de
Nettflix (no faltará quien tal vez lo confunda con un personaje de
“Paeky Blinders”). Recordar, repetir, reelaborar.
Cooke,
lector de Sartre. El joven diputado del peronismo histórico que
argumenta como ninguno; el agitador de la resistencia peronista; el
preso político y el delegado de Juan Domingo Perón en territorio
nacional tras el exilio del líder (incluso, por única vez, el
sucesor del General nombrado por él mismo). El Bebe, impulsor de una
temprana tendencia revolucionaria del peronismo. El Gordo, hombre de
confianza de Ernesto Guevara en Cuba, miliciano en defensa de la Isla
contra la invasión imperialista. Cooke, quien muere horas antes de
que cayeran en manos de la policía los integrantes de las Fuerzas
Armadas Peronistas (FAP) que habían instalado un destacamento de
guerrilla rural en Taco Ralo (Tucumán). John William Cooke, el
dirigente que supo afirmar que en Argentina los comunistas eran los
peronistas, y que el peronismo era el hecho maldito del país burgués
hoy se nos presenta, él mismo, como el hecho maldito de un peronismo
burgués que –al menos en términos orgánicos-- no parece estar
dispuesto a ir más allá de una gestión progresista del capital,
vía democracia parlamentaria.
Cooke
–como supo destacar mi amigo y compañero Miguel Mazzeo-- fue un
hereje de dos iglesias: la peronista y la de izquierda. Es decir, fue
un enemigo declarado de los dogmatismos, y supo habitar las tensiones
y la incomodidad de dicha situación.
Aunque
de nuevo surge la duda: ¿qué sentido tiene recordarlo hoy?
Quizá
para que la invención de las nuevas generaciones no prescinda de una
conversación con una determinada herencia, una experiencia del ayer
que puede funcionar no como mandato sino como una inspiración para
el hoy.
Tal
vez –como hemos dicho en más de una oportunidad haciéndonos eco
de una reminiscencia benjaminiana-- para seguir tejiendo ese secreto
compromiso de encuentro entre las generaciones del pasado, y la
nuestra.
Revisitando
papeles de archivo
Hoy
quiera rescatar a un Cooke menos conocido que el que suele circular.
El que en 1965 publica, a pedido del Comité Editorial de la revista
La Rosa Blindada (luego también editorial, fundada y
dirigida por José Luis Manghieri) un texto titulado “Bases para
una política cultural revolucionaria”, en el que realiza una aguda
lectura de los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 de
Karl Marx.
Cooke
no sólo demuestra en este texto ser un lector atento de los clásicos
marxistas (empezando por el propio Marx), sino también estar al
tanto de los debates marxistas en los distintos tramos de su
historia. En tal sentido, basta ver las referencias a Lefebvre o las
“notas bibliográficas” no especificadas pero que dan cuenta del
manejo que tiene, ejemplificado en la mención que hace de la primera
traducción española de los Manuscritos (tomada de la traducción
francesa del original alemán).
El
Gordo sostiene en este texto que las claves de la acción cultural
hay que buscarlas en dos niveles diferentes. Y especifica: por un
lado, la teoría general del socialismo; por otro lado, en la
correcta interpretación de lo concreto-nacional. Y sale, después de
dicha aclaración, al cruce de la “ortodoxia”. Dice Cooke que,
por el dogmatismo, el marxismo no se ha permitido situar en su debido
lugar al concepto de alienación en Marx, que denuncia el “carácter
alienado y alienante de la sociedad burguesa, en la cual tratamos de
dirigir la actividad revolucionaria”. Y tras repasar con brillante
precisión y claridad el capítulo del “Trabajo enajenado”
(alienación del obrero en el producto de su trabajo; alienación en
el acto mismo de producción y alienación respecto de sí) recuerda
que es bajo la forma política de la liquidación de la condición
asalariada que la sociedad en su conjunto podrá implicarse en una
dinámica de libertad.
Tal
como ya había hecho Milcíades Peña en su Curso de 1958 de
“Introducción al Pensamiento de Karl Marx”, también Cooke
plantea la necesidad de leer los Manuscritos en serie con El Capital.
Recordemos que son los años de auge del estructuralismo y de
difusión del “corte epistemológico” promovido por Louis
Althusser en su lectura que separa un joven Marx (aún no marxista) y
un Marx maduro (científico, plenamente marxista). El frente de
batalla teórico se presenta entonces en dos direcciones: contra las
interpretaciones hegemónicas en Europa y contra los efectos del
stalinismo en la línea soviética para el movimiento comunista
internacional. “La relación entre sacrificios gigantescos que
demandaba la supervivencia de la Unión Soviética cercada y el
objetivo final de lograr la libertad humana quedó olvidada,
relegada, reducida a algunas ofrendas retóricas del florilegio
formalista”, escribe Cooke.
Meses
después, en el mismo medio, León Rozitchner publicará “La
izquierda sin sujeto”, en la que discute entre líneas con el texto
del Bebe. Los frentes de batalla se multiplican, y no sólo en el
terreno de la teoría. Guevara ya ha publicado su texto titulado “El
socialismo y el hombre en Cuba”, en donde pone contra las cuerdas
las formas de subjetividad que quedan atadas a la forma-mercancía
más allá del cambio del régimen político y faltan apenas dos años
para que lance su “Mensaje a los pueblos del mundo” a través de
la Tricontinental, antes de dirigirse a poner en pie la guerrilla en
Bolivia y morir asesinado por la CÍA en el mismo momento en que
pretendía llevar adelante su mensaje de crear muchos Vietnam
empezando por el Cono Sur de Latinoamérica.
¿Qué
rol podían o no jugar los movimientos nacional-populares en una
estrategia general de cambio social a escala nacional e
internacional? ¿Qué límites encontraba el socialismo como
transición? ¿Qué contribuciones podían generar los aportes
teóricos y no sólo el avance de las luchas de los pueblos?
Preguntas que entonces no quedaron en manos de intelectuales que
desde su torremarfilismo desplegaban sus elucubraciones sino que
fueron parte de los debates que las militancias y, como parte de
ellas, una determinada cantidad de intelectuales críticos,
intentaron dar por distintos medios para hacer carne aquello
sentenciado por Lenin. A saber: que sin teoría revolucionaria no
proceso revolucionario. O para decirlo con un argentinismo esgrimido
por León: que cuando el pueblo no lucha la filosofía no piensa,
pero –podríamos agregar-- cuando los pueblos luchan y las
filosofías no piensan estamos frente a una incoherencia si se quiere
seguir posicionado en la barricada del pensamiento crítico.
“Criticar
teóricamente/revolucionar prácticamente!, tal como supo escribir
Marx en sus Tesis sobre Feuerbach. Algo que el Gordo Cooke, como
tantos en aquellos años, hicieron carne a través de su praxis
revolucionaria.
*#LibrosyAlpargatas: reseñas de
un escritor cabeza, columna radial en La luna con gatillo (jueves de 19 a 21 horas por Radio Eterogenia: www.eterogenia.com.ar)
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