Es conocidísimo el rol del Mao Tse Tung al frente de la
gesta política liberadora del pueblo chino: la Larga Marcha, la Revolución
Cultural Proletaria resuenan por aquí y por allá. Sus “Escritos militares”
fueron manual de lucha popular y su capacidad de entremezclar comunismo y
sabiduría ancestral oriental abrieron paso a quienes buscaban ligar socialismo
con perspectiva de liberación nacional (“El imperialismo es un tigre de papel”).
El “Libro Rojo” del Presidente Mao se imprimió en miles de páginas y fue leído
por millones de personas en el mundo entero.
Menos conocidos quizás son sus dotes como “Filósofo de la
revolución”: sus “Tesis filosóficas” marcaron el rumbo de varias generaciones
militantes. Fue el caso de la mía al menos, en los noventa, incluso sin
participar de las filas del maoísmo. “Acerca de la práctica” y “Sobre la
contradicción” funcionaron como puerta de ingreso a un universo teórico ajeno
al de una militancia sin ligazón con las bibliotecas universitarias.
“Los marxistas consideran ante todo que la actividad productora
del hombre constituye la actitud práctica más fundamental, que es la que
determina toda actividad”, puede leerse en las primeras páginas del primer
texto mencionado. Y en el siguiente: “al estudiar un problema, debemos
mantenernos en guardia contra el subjetivismo, la unilateralidad y la
superficialidad”. Mao incitó a que la teoría revolucionaria no fuera una
cuestión de especialistas, sino –como se pudiera– algo a ser abordado por
cualquiera.
Pero lo que verdaderamente mucha gente desconoce, es que
Mao también fue el “Poeta de la Revolución”. Mao se iba de este mundo un 9 de
septiembre de 1976, pero nos dejó poemas como este de 1928, “La montaña de
Chingkang”:
Se
divisan al pie de la montaña nuestras/
banderas
y estandartes,
y en la
cumbre resuenan tambores y clarines.
Con
millares de anillos el enemigo nos cercaba, pero
nos
mantuvimos enhiestos, inamovibles.
Nuestras
voluntades se unieron como en una/
Muralla
y desde
antes nuestra defensa era firme como un/
bastión.
En Huanyangchie,
nuestro cañón retumba:
anuncia
que en la noche el enemigo huyó.

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