jueves, 19 de diciembre de 2024

El ruido de las cacerolas (diciembre de 2001)

 



I-

Las cacerolas que hicieron su aparición masiva el 19 de diciembre de 2001, jugaron un rol fundamental a la hora de quebrar el miedo impuesto por la declaración del estado de sitio. Por eso creo inoportuno reducir esta forma de protesta sólo a un factor coyuntural, centrado en lo económico (incautación de los depósitos bancarios). Hay algo de tipo ético-político en el rechazo al autoritarismo y la represión. No es que vea un soviet en cada esquina en la cual se juntan un grupo de vecinos. Tampoco es cuestión de depositar esperanzas exageradas en los vacilantes (cuando no reaccionarios) sectores medios porteños. Pero creo que es justo reconocer que durante el primer semestre de 2002, estos sectores se incorporaron de una u otra manera al proceso de resistencia contra el modelo neoliberal. En un proceso inédito de participación y movilización de estos sectores.

Por otra parte, los cacerolazos no se agotarán con la caída de De la Rúa. Una semana mas tarde aparecerán nuevamente para expulsar a Adolfo Rodríguez Saá; y unos días después volverán a las calles para advertir a El Otro que en Argentina algo había cambiado. Luego, al ruido de las cacerolas se le acoplará la palabra compartida en los distintos barrios. Es el surgimiento de las Asambleas Populares.

De manera muy distinta a lo que sucedió durante la década Menemista, el verano será, para los sectores medios, un período en el cual lo importante no serán las vacaciones, sino el proceso político que se vive en el país. Durante la primera quincena de enero, los cacerolazos de los asambleístas sumarán su ruido al de las luchas que se libraron a lo largo y a lo ancho del país: piquetes de los trabajadores desocupados, huelgas y movilizaciones de trabajadores ocupados, sobre todo del sector estatal, escraches...

La respuesta del gobierno y la corporación mediática los cacerolazosfue inmediata. Ante el segundo viernes de cacerolazos masivos en Plaza de Mayo, comenzó una campaña de desprestigio y cerco político sobre el nuevo protagonismo social.

Citemos un ejemplo: la cobertura de los principales diarios nacionales sobre el masivo cacerolazo del 11 de enero que culminó con represión.  Al otro día, éstos fueron algunos de los titulares: “Otra vez hubo violencia y los destrozos marcaron a la ciudad” (Clarín). “La SIDE califica a los que lanzaron ataques como un ‘engendro’ de izquierdistas, de marginales y de clase media ‘furiosa’” (La Nación). Ambos periódicos, más allá de los matices, coincidieron en realizar una minuciosa crónica de los destrozos, excluyendo todo comentario sobre el carácter masivo de la movilización.

Si bien ninguno tenía datos precisos, los dos tomaron como fuente a la SIDE, la Policía Federal y la Secretaría de Seguridad Interior para denunciar a los “posibles” responsables de las acciones. Estos organismos señalaban a “activistas de ultraizquierda”, como los autores de las acciones directas. “Se habla de los grupos ‘Teresa Rodríguez’, la CCC y ‘Quebracho’”, y “hasta afiliados al sindicato de mensajeros en moto, a quienes relacionaron con la entidad que nuclea a hijos de desaparecidos” (La Nación).

A partir de allí, la discusión no será “movilización sí, movilización no” (que polarizaría las posiciones y posibilitaría el agrupamiento de un amplio espectro “garantista”), sino que el eje central instalado por los medios pasará a ser “hay que aislar a los violentos”.

Toda esa discusión no fue más que un intento de las clases dominantes por recuperar el monopolio en el uso de la violencia. Es decir, abortar la posibilidad de que la violencia popular apareciera como “legítima”.

 

II-

Hay una imagen de la ciudad de Buenos Aires que grafica bastante el clima político de aquellos días. Se trata de una fotogtrafía en la cual puede verse a todos los bancos “blindados”: en vez de vidrios, tenían “chapones”. Un texto publicado en esos días (13 de enero de 2002) en el sitio La Haine (“Las sucursales bancarias como objetivos políticos”), Delgado, Roberto, da cuenta de esta imagen:

 

“La gente se cansó de poner la otra mejilla y de aguantar que la policía antidisturbios defienda a palos y matando los intereses de la clase dominante. La respuesta se transformó en rabia y en el destrozo casi sistemático de grandes comercios y sobre todo de sedes bancarias (...) Al día siguiente la gente caminaba por Avenida de Mayo ante un genuino panorama: el Banco Francés de Avenida de Mayo 1165 tenía la puerta trabada. Un policía custodiaba la entrada y los vidrios rotos todavía estaban en el piso. Sobre los cajeros automáticos unos carteles advertían: ‘No funcionan’; atrás estaban los monitores destrozados”. “En Diagonal Norte los pequeños comerciantes estaban tranquilos: nadie había tocado sus locales. Sin embargo hubo dos perjudicados: el Banco Ciudad y el Boston. El primero ya había perdido los vidrios en protestas anteriores. Por eso, esta vez los atacantes sólo pintaron consignas en el frente con aerosol”.

 

A pesar de toda la campaña de desprestigio, el proceso ascendente de los "caceroleros" no se detuvo, y las movilizaciones continuaron. La organización en los barrios de la Capital Federal se multiplicó rápidamente y las plazas y esquinas en donde los vecinos comenzaron a reunirse llevó a que se planteara la necesidad de coordinarse. Así, el tercer domingo de enero, se realizó un primer inetento: “Mil vecinos reunidos en Parque Centenario para coordinarse”. “Del cacerolazo a la interbarrial. “Lo que empezó como cacerolazo está dando lugar a una coordinación entre barrios movilizados”, tituló Página/12 el  lunes 21 de enero de 2002.

A la semana siguiente, Laura Vales señaló: “La idea central de los participantes es crear una interbarrial que potencie los reclamos y sirva como un espacio donde detectar los objetivos comunes (...). Ayer fue el segundo domingo de asambleas en el parque. Los organizadores montaron un equipo de sonido y desplegaron sobre el césped dos parlantes y un micrófono; la gente se ubicó alrededor. La asamblea duró más de tres horas y llegó al final sin decaer en número... (Página/12, domingo 27 de enero de 2002). Una serie de puntos prácticos se aprobaron en aquel encuentro: participación en marchas a realizarse esa semana (una de ellas en apoyo a la movilización piquetera); la ratificación de realizar una nueva reunión ínter-barrial al domingo siguiente. Otras de tinte más político: fin del corralito; convocatoria a elecciones; no al pago de la deuda externa...  

Claro que, si bien no había sido tan difícil convocar a una coordinación de asambleas, eso no quería decir que fuera fácil ponerse de acuerdo en cómo continuar, cómo funcionar, qué objetivos perseguir.

En la nota recién citada, la periodista reproduce una serie de entrevistas realizadas a varios presentes en el Parque. Algunas de las opiniones escuchadas aquel día: “Vine el domingo pasado y había menos gente”; “Hay un crecimiento que a todos nos pone bien, pero a la vez vuelve más difícil ponernos de acuerdo”; “La regla es que el Parque sirva para coordinar y las asambleas barriales actúen como soberanas”. 

Mas allá de algunas trabas, los procesos de coordinación comenzaron a dar sus frutos, y el viernes 25 de enero se realizó el primer cacerolazo nacional. Bajo una intensa lluvia, miles de manifestantes bailaron, gritaron y saltaron en la Plaza de Mayo. En Puente Pueyrredón, el corte que La Verón mantuvo desde el mediodía hasta la noche y que confluyó con una columna de “caceroleros” de la zona Sur, no pudo llegar a la Plaza. Luego de la represión al cacerolazo y de que les impidieran a los piqueteros de La Verón avanzar desde la zona Sur del Gran Buenos Aires hacia la Capital Federal, los medios masivos de comunicación siguieron haciendo eje en que el problema central eran los “díscolos” que se “metían” en las  jornadas de protesta que “ciudadanos bien” desarrollaban en los marcos de la legalidad. La democrático-burguesa, claro está.

 

III-

Por esos días, amplios sectores medios, “progresistas”, que se habían entusiasmado primero, y desilusionado después con el gobierno de la Alianza, golpeaba sus cacerolas en la ciudad, concurrían a asambleas y hasta miraban con simpatía cuando una columna de los barrios bajos ingresaba a la ciudad a protestar. Lo que no toleraban era que las luchas se radicalizaran; que quienes habían sido violentados se violentaran. Reproduzco unas palabras del artículo titulado “Rebeldías”, que Pasquini Durán escribió por aquellos días. “Camus sostenía que ‘el movimiento de rebelión no es, en su esencia, egoísta. Puede haber, sin duda, determinaciones egoístas. Pero la rebelión se hace tanto contra la mentira como contra la opresión’. Desde aquellas jornadas del 19 y 20 de diciembre, buena parte de la ciudadanía nacional está en desobediencia. Dado que la rebeldía carece de liderazgo definido o de sentido predeterminado, por momentos las actitudes y los discursos hasta pierden racionalidad, aunque a la vez el desborde tumultuoso va encontrando cauces nuevos, como son, por ejemplo, las asambleas vecinales, las conexiones interbarriales, que podrían ser un inédito punto de partida hacia formas más complejas de organización”.

Luego de hacer toda una reivindicación democrática, “progresista”, el periodista asevera: “La violencia atemoriza a los más débiles o, si se prefiere, les hace el juego a los peores, no importa de dónde provenga la agresión o los motivos que se invoquen para cometerla. Es legítimo, por lo tanto, que los ciudadanos aíslen a los violentos. Siguiendo las observaciones de Camus, hoy también puede decirse aquí lo mismo que él decía en Francia hace medio siglo: con la rebelión ‘el mal que experimentaba un solo individuo se convierte en una peste colectiva’. En nuestra prueba cotidiana la rebelión desempeña el mismo rol que el ‘cogito’ en el orden del pensamiento: es la primera evidencia. Pero esta evidencia saca al individuo de su soledad. Es un lazo común que funda en todos los hombres el primer valor. Yo me rebelo, luego nosotros somos”.

¡Claro que la rebelión es constitutiva de un nosotros como colectivo! Pero negar el aspecto de violencia contra el opresor es no comprender nada del sistema en cual vivimos. Y no creo que alguien como Durán desconociera las características intrínsecas del capitalismo. Pero si se trata de apelar a los franceses para justificar posiciones propias más vale citar a Jean Paul Sartre que Albert Camus. Dice el autor de La Náusea en el prólogo al libro Los condenados de la tierra de Frantz Fanon: “El arma de un combatiente es su humanidad. Porque, en los primeros tiempos de la rebelión, hay que matar: matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido: quedan un hombre muerto y un hombre libre”.

 

FUENTE: Mariano Pacheco, De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (El colectivo, Buenos Aires, 2010).

miércoles, 18 de diciembre de 2024

“¿Por dónde pasa la disputa sensible actual?

 


 “La batalla cultural ha sido reducida por las derechas contemporáneas y ciertos progresismos a una cuestión discursiva, de redes sociales o intervenciones mediáticas, cuando en realidad lo central pasa por los cuerpos”

 

 

Por Mariano Pacheco*

 

 

Apaga el celular y todo vuelve a ser real. ¿Cómo es posible que condenemos nuestra sensibilidad a la mediación permanente de un dispositivo en el que, para mal de males, casi todo lo que consumimos lo hacemos en una calidad paupérrima, ya sea al observar imágenes o escuchar música, mirar una serie, video o incluso película, hasta leer un texto? ¡Todo se lo hace bajo un tamaño que empobrece nuestras percepciones!

 

Obviamente nuestras vidas urbanas contemporáneas ya no pueden prescindir del uso de tecnologías, sea para trabajar o buscar trabajo, para socializar en nuestra vida en planos de amistad, sexo-afectivos, vecindad, hasta escalas mayores y más complejas de intervención política o cultural. Pero de allí a sostener que no se puede operar algún tipo de corte con esa lógica que cada vez más estructura nuestras vidas hay un paso enorme.

 

Hoy, que a las usinas del poder político y la mediaticidad hegemónica les gusta tanto hablar de la libertad del individuo, cabe recordar aquello que Jean Paul Sartre planteaba hace ochenta años atrás, cuando desde sus postulados existencialistas sostenía que, en última instancia y más allá de todos los condicionamientos, era el hombre (cada quien, diríamos hoy, sin hacer distinciones de orientaciones identitarias) quien al fin y al cabo decide qué hacer con aquello que hicieron de él: “totalmente condicionado por su clase, su salario y la naturaleza de su trabajo, condicionado hasta por sus sentimientos, hasta en sus pensamientos, a él le toca decidir el sentido de su condición y de la de sus camaradas y es él quien, libremente, da al proletariado un porvenir de humillación sin tregua o de conquista y de victoria, según se elija resignado o revolucionario. Y es de esta elección de lo que es responsable. No es que tenga libertad de no elegir; está comprometido, es preciso apostar y la abstención es una elección”, planteaba en su emblemático libro ¿Qué es la literatura?

 

Ejercitar un cuestionamiento a las mutaciones subjetivas de nuestra época, entonces, se nos presenta hoy como un desafío político-existencial de primer orden. Impugnar el horizonte de zombis impersonales al que se nos pretende condenar resulta fundamental, ya que encima de que vampirizan nuestras vidas, se lo hace bajo el supuesto paradigma de que cada quien es libre de elegir su destino, como si esas elecciones enmarcadas en la perspectiva dominante no funcionaran todas bajo la tiranía de la compulsión al consumo, de la producción serial de subjetividad operada por la dupla massmediática y de las redes antisociales virtuales. ¿En verdad creemos que podemos elegir algo si no buscamos una línea de salida de esa lógica?

 

A casi un siglo de su publicación, cabe recordar aquello que escribió Martín Heidegger en su libro Ser y tiempo: en el cotidiano, vivimos en “estado de interpretado”. Porque lo hablado “por” el habla traza círculos cada vez más anchos y toma un carácter de autoridad. “La cosa es así porque así se dice”, señala el filósofo alemán. Creemos comprender todo cuando en realidad repetimos aquello que “oímos”, o que “leímos” … en alguna parte. O que “vimos”, podríamos agregar nosotros hoy, asediados no sólo por la televisión sino por las redes anti-sociales. Estas “habladurías” y “escribidurías”, como raramente las llama este pensador, nos determinan lo que se ve, y cómo se ve.

 

 

Cuerpo a cuerpo

 

¿Por dónde pasa la disputa sensible actual? ¿Cómo vincular la intervención político-cultural, el que-hacer crítico-intelectual con la batalla anímica que involucre nuestro cuerpo y nuestra subjetividad de manera directa? Implicarse de lleno en las formas de vida que vayan contra la época resulta hoy no sólo deseable, sino necesario, fundamental, vital.

 

La batalla cultural ha sido reducida por las derechas contemporáneas y ciertos progresismos a una cuestión discursiva, de redes sociales o intervenciones mediáticas, cuando en realidad lo central pasa por los cuerpos, por nuestra “corpo-subjetividad” (el término ha sido acuñado por el psicoanalista argentino Enrique Carpintero).

 

Sacar nuestros cuerpos del ensimismamiento hoy no resulta cosa sencilla. Falta que hagamos el amor mientras miramos el celular y… ¡cartón lleno! ¿Qué no hacemos con el aparatito en la mano?

 

De allí que haya una lucha actual que pase por los cuerpos, por recuperar la intervención de nuestros cuerpos en las distintas dimensiones de la vida: escuchar música en vivo, mirar una película en el cine, leer un libro, contemplar un cuadro o una fotografía impresa a escala, encontrarse con amigos, caminar, hacer el amor, mirar por la ventana de un transporte público o de un bar y, por supuesto, manifestarse en las calles como cuerpo colectivo, reinventar nuestras prácticas políticas en el ámbito sindical, partidario o de colectivo social, artístico, educativo, comunicacional…

 

Ya en los años ochenta, y sobre todo después de haber observado la importancia de lo “territorial” en la vida popular tras su visita a Chile (y Argentina), el pensador, analista y militante francés Félix Guattari planteaba la necesidad de “reconversión ecológica” de la acción sindical, en un contexto de crecimiento asimismo– de los activismos ecologistas y feministas en Europa. Decía en trabajos teóricos, pero también en notas periodísticas publicadas en medios como Le Monde (textos luego compilados en argentina bajo el nombre de ¿Qué es la ecosofía?), que esta “reconversión” implicaba una “reinvención de la subjetividad obrera”, a través de nuevas prácticas, en una especie de llamada a “ampliar y enriquecer” su perspectiva desde la constitución de nuevas alianzas que le permitieran “asociar componentes heterogéneos”. Así, cuestiones tan inmediatas de nuestras elementales, pueden ligarse con otras más complejas de una estrategia popular de largo plazo: el peso que las opresiones tienen en la diferencia etaria o de orientación sexo-genérica, de raza y el vínculo que sostenemos con el ambiente natural no son meras cuestiones “personales”, pero tampoco, declaraciones públicas sin encarnadura.

 

Frente a derechas contemporáneas que abisman la experiencia humana y al planeta hacia la catástrofe económico-social, subjetiva y ecológica, producir un corte con la lógica del mundo tal como se nos presenta no puede ser nunca ni una cuestión individual, ni una cuestión política que nos involucre de cuerpo entero.

 

La disputa anímica atendiendo no sólo a cuestiones de “comunicación”, sino fundamentalmente a entramados ideológicos y sensibles puede permitirnos combatir el desánimo y el desgano para implicarnos de modo directo en una declaración de guerra hacia los modos de vida que quitan de la experiencia humana la fraternidad, el punto de vista de la igualdad y el amor por la diferencia que nos caracteriza como especie.

 

Quebrar las rutinas que nos envuelven e investigar formas de creatividad implica asumir una batalla desde lo más íntimo hasta lo más público, porque la imaginación colectiva que necesitamos no podrá efectuarse sin un activo despliegue de potencias singulares de reinvención. Como decían los vanguardistas surrealistas hace un siglo atrás, anhelamos “Cambiar la vida… y transformar la sociedad”.

 

 

*Nota publicada en Revista Zoom

martes, 17 de diciembre de 2024

Partió de este mundo Beatriz Sarlo, una de las grandes titanes

 


Partió de este mundo Beatriz Sarlo, una de las grandes titanes de una política cultural en nuestro país, de esas que valía la pena leer y escuchar (sobre todo leer), incluso para pelear, para discutir, para debatir, para polemizar. Una de esas con posición propia y que no se amilanaba.

 

¡Las veces que he discutido con amigues, compañeres de ruta al afirmar que era “Sarlista”! No tanto porque me guste decir que “soy” algo sino más bien para posicionar una reivindicación: la de su recorrido intelectual, que es parte de la historia cultural de la Argentina: la de las revistas Los Libros y Punto de vista; la de su labor editorial; la de sus clases en Letras de la UBA; la de sus libros sobre literatura argentina: la de su formación; la de su vocación de intervención... ¡Cuánto hemos aprendido a leer a partir de sus propias lecturas!

 

Recuerdo que hace poco, buscando videos de Sarlo y de Piglia en Youtube, encontré una entrevista en la que reivindicaba la formación clásica, y se reía de ella misma que, en años anteriores -decía- había sido tan bruta de promover que redujeran griego y latín de la carrera. También recuerdo ahora su intervención en 678, ella tan anti-K pero tan atenta al debate público, con su emblemático “Conmigo no, Barone”. Este año, en el Taller de “Escrituras sintomáticas” vimos su intervención sobre lenguaje inclusivo, en la que debate con Santiago Kaliwoski, que se nota que sabe más del tema, pero ella no se achica ni recula en sus posiciones.

 

Lamento su partida, lamento que la última vez que la escuché fue en una entrevista tan mala como la que le hizo Rebord y, también, que hace poco quise escribirle, cuando conseguí su email, para ver si podía entrevistarla y sumarla a un libro que estoy preparando con conversaciones que mantuve junto a Zito lema, Kohan y Gruner sobre marxismo y cultura, y me dije que, en este año de mierda, esa entrevista, podía esperar. Se la veía bien a La Sarlo, se decía que estaba escribiendo su autobiografía. Sé que hay quienes criticaban sus “aires de superioridad”, pero a mí me encantaba. Ojalá aparezcan pronto esas “memorias”, aunque sea incompletas, que leeremos con pasión como leímos las de Simone de Beauvoir.

 

MARIANO PACHECO (17- 12- 2024)

domingo, 24 de noviembre de 2024

Sobre “Golpe de suerte en París” de Woody Allen

 


La vida se divide entre el lado Woody Allen del cine y el que no. Quienes nos deleitamos con sus películas disfrutamos cada nuevo estreno en la pantalla grande. En este caso, “Golpe de suerte en París”, su film Nº 50, cuando este grande de los grandes del celuloide está por cumplir 90 años.

 

Por un lado, lo de siempre: una historia de amor clásico de pareja heterosexual con alguna infidelidad de por medio en una querida ciudad (esta vez, de nuevo, en la capital francesa, pero a diferencia de “Medianoche en París” –2011– ahora con un elenco y lengua local). Por otro lado, la magia de su toque singular: la música, la buena selección de personajes (de ambos sexos, ahora que él, desde hace años ya, no protagoniza sus propias producciones).

 

Como en “Melinda, Melinda” (2004), aquí también aparecen dos modos de abordar la misma historia, pero ya no desde la comedia y la tragedia, sino desde el modo en que se comprende el azar para la existencia.

 

Una historia sencilla en torno a una mujer bella e inteligente (Lou de Lâage en el papel de Fanny) que se termina casando como un hombre que la sitúa en el lugar de “esposa-florero” y sus modos de intentar salirse de esa situación; un marido rico (Melvil Poupaud asumiendo el rol de Jean) que se dedica a hacer más rico a los ricos y que no puede entender el vínculo con los otros (incluida “su amada”) sino desde la posición del interés individualista en donde cada persona queda reducida a objeto; y un amante, escritor-bohemio Alain, interpretado por Niels Schneider) que se encuentra en la ciudad-capital europea por excelencia, en la “República de las letras”, intentando escribir una novela y buscando iniciar una relación con su gran amor de la adolescencia de cuando ambos vivían en Estados Unidos y eran compañeros del Liceo Francés en Nueva York (y a quien se cruza de casualidad caminando por París).

 

Surge así un feliz encuentro atravesado por los placeres poéticos, sexuales y culinarios, que pronto se verá interrumpido por la propia lógica del relato cinematográfico y un desvío imprevisto en la historia.

 






viernes, 22 de noviembre de 2024

Sobre "Todos quieren salvarse" (2º temporada)

 


¿Qué hacemos con nuestros fantasmas, nuestros sufrimientos y los ajenos, con la dificultad por gestar una empatía con el otro, con los obstáculos por sostener una vida en medio del caos?

 

Algo de todo esto aparece tematizado en “Tutto chiede salvezza” (Todos quieren salvarse), serie de Netflix que tras el estreno de la primera temporada (octubre de 2002), llegó recientemente a las pantallas con su segunda temporada de 5 episodios.

 

La historia, basada en la novela homónima de Daniele Mencarelli (2020) cuenta con la dirección de Francesco Bruni, y se centra en este segundo tramo en Daniele (Federico Cesari) y Nina (Fotini Peluso) a quienes en la primera temporada vimos juntos (rompiendo reglas y uniéndose en pasión amorosa en la terraza de un auspicio), internados en una clínica de salud mental, ahora, los vemos afuera, separados, aunque unidos por una hija en común.

 

De la mano de la cuestión tan actual de la “salud mental”, aparecen otras problemáticas que hoy son parte de la discusión pública contemporánea, como la disidencia sexual, las dificultades para encontrar orientaciones de sentido a la existencia (sobre todo entre las franjas juveniles), la presión por “ser exitosos”.

 

Con personajes consolidados en sus historias y actores y actrices compenetrados en ellas, en esta segunda parte da la sensación que la “locura” aparece menos romantizada, más real y, por lo tanto, más atravesada por la contradicción, por las contradicciones múltiples de la vida.

 

El caso emblemático de Daniele, que pasa de paciente internado a paciente ambulante pero también enfermero de la misma institución (con todo lo que implica ese ir y venir de sus dos funciones), y de Nina, tensionada entre el amor a su hija y el cariño que aún siente por Daniele y el desamor de su madre que la presiona para que actúe nuevamente y gane dinero, y afronte un proceso judicial para prohibir que su hija vea a su padre, estructuran toda la trama en la que no dejan de aparecer varios personajes de la primera temporada, tanto los vivos como los muertos y, por lo tanto, también el debate de qué hacer con ellos (con los muertos que siguen presentes, con los vivos que andan como muertos).

 

viernes, 15 de noviembre de 2024

La fotógrafa Sara Facio se merecía un homenaje en vida, y lo tuvo

 


 

Bajo la dirección de Cinthia Rajshmir  y con guión suyo en colaboración con Marcela Marcolini, el film “Sara Facio: haber estado ahí” recorre la vida y obra de esta gran fotógrafa argentina que supo retratar personajes emblemáticos de la cultura argentina y latinoamericana, como Julio Cortázar, Pablo Neruda, María Elena Walsh, Jorge Luis Borges, Astor Piazzolla, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa… y momentos de la vida porteña como sólo alguien que se dedica a este tipo de arte con pasión y precisión puede hacerlo.

 

Alguna vez había visto en alguna muestra (creo que en el MALBA) sus postales de la Masacre de Ezeiza del 20 de junio de 1972 y de los funerales del 1 de julio de 1974 (retorno y muerte de Perón). ¡La captura de los gestos y miradas son increíbles!

 

Ahora que la fotógrafa partió de este mundo (murió el 24 de junio de 2024 con 92 años), el film-documental puede verse sin embargo todavía en cartelera, al menos en el Espacio Incaa de la ciudad de Buenos Aires (cine Gaumont de Congreso).

 

Resulta enternecedor e instructivo, el modo en que Facio muestra con orgullo, ante las cámaras, sus prolijos archivos de negativos, que se cuentan de a miles, en una vida marcada prácticamente en todo el desarrollo de su oficio en versión analógica.  

 

Sé que hay veces en que el formato clásico del cine documental, a estas alturas del siglo XXI, puede resultar poco seductor para quienes no son amantes del género, pero de verdad que esta historia contada en una hora y cuarto de filmación vale la pena ser vista.

jueves, 14 de noviembre de 2024

Las escrituras sintomáticas de J. B Pontalis

 


  “HACERSE DE UN TERRITORIO DONDE HABITE LO DESCONOCIDO” *

 

Una búsqueda incansable, una lectura imprescindible, una escritura bella y punzante. El amor a los comienzos, la autobiografía de J.B. Pontalis donde la literatura se encuentra con el psicoanálisis y la labor editorial del modo más virtuoso.

 

 

Por Mariano Pacheco

 

 

“¿De dónde nace en nosotros el amor a los comienzos sino del comienzo del amor?

De aquel sin futuro y quizás por lo mismo sin fin”.

J.B. Pontalis, El amor a los comienzos

 

 

LA VENTANA INDISCRETA


Había leído hacía tiempo el libro Ventanas –publicado en Argentina por editorial Topía– y alguna que otra vez trabajé sobre determinadas entradas del Diccionario de Psicoanálisis que escribió junto a Laplanche, pero esas eran todas mis referencias sobre J.B. Pontalis. Hasta que por Tomás Abraham llegué nuevamente a su nombre y aquello que empezó como una curiosidad se transformó en una certeza que me asaltó: tenía que conseguir ese libro del que el ensayista argentino, en su Diario de un abuelo salvaje, escribió: “Estudió filosofía, luego se volcó al psicoanálisis. Dice Pontalis que lo que aprendió de las clases de filosofía del liceo es que la filosofía es una actitud… dice que lo que aprendía de sus profesores de filosofía es que la disciplina no se basa en el saber, sino en una disposición del espíritu que consiste en introducir una mayúscula para poder asimilar el mundo”.

 

En estos tiempos en donde “todo se consigue en internet”, sin embargo, no hubo caso: en ninguno de los sitios clásicos de venta virtual lo encontré; tampoco nuevo en librerías, ni usado en una de mis clásicas recorridas por la calle Corrientes a la búsqueda de toparme con algún tesoro perdido en las de saldo. Pero como dice el dicho popular argentino, “el que busca encuentra”, así que persistí y, al cabo de un buen tiempo, pude dar con un ejemplar de El amor a los comienzos.

 

El libro es el auténtico testimonio de una vida entregada a estas pasiones que son las de editar y desarrollar una intervención desde la clínica, escritas con un estilo que hace de la autobiografía una exquisita apuesta literaria, a la que dice haberse querido dedicar en sus “sueños juveniles”, bajo el afán de fundirse en ella, y salvarse por ella. “Mi anhelo era convocar a todas las palabras para que desaparecieran, llenar de trazos negros miles de páginas para lograr un libro en blanco. Hubiera sido el humilde servidor de esa luminosidad nocturna”. Contrapunto visual desde el que piensa el quehacer literario que en otros tramos del texto se expresa bajo ejemplos sonoros, en tanto modo de concebir el arte como eso que encuentra un poder en el desafío de aquello que lo niega; en este caso, el silencio a la literatura, como lo visible a la música.

 


MAESTROS

“… Se anunció por radio una muerte. ´Un sinvergüenza menos´, exclamó mi tía con sonrisa insidiosa. Así fue saludada en la casona declinante la muerte de… Freud”.

 

El amor a los comienzos es también un homenaje a los maestros: llegar a Freud en el rodeo francés emblemático de las figuras de Jean Paul Sartre y Jaques Lacan. ¡Cómo no homenajear a esas figuras si se ha tenido la suerte no sólo de leerlos sino de tenerlos como profesores!

 

Lo primero que recuerda Pontalis de Sartre es su voz seca, su palabra tajante (el “hombre cortante”). Primavera de 1941, comienzan las clases de “moral” con ese profesor que, se decía, no usaba corbata. “Y de pronto el hombrecillo que usaba corbata e incluso, si no recuerdo mal, traje con chaleco– me arrancaba sin miramientos de aquel amable adormecimiento, de aquella confianza llana”, comenta Pontalis, quien –como remontándonos con su palabra escrita al mundo de casi un siglo atrás, sin redes sociales, sin tanta cultura de la imagen–, aclara: “en 1941 éramos pocos los que sabíamos con certeza absoluta que él era Sartre”, el profesor para el que no alcanzan palabras para describirlo (¿respeto? ¿admiración? ¿fascinación?), esa especie de dios secularizado capaz de pensar incluso lo que estaba más allá de los límites del pensamiento”. Sartre el filósofo, el dramaturgo, el polemista, el escritor. Sartre el polimorfo, el que no buscaba ni legados ni herederos, el que no soportaba los seguidores, el que se complacía en la contradicción en la que se autoformulaba (“así como no se reconocía un padre, tampoco iba a soportar la carga de hijos, igualmente dependientes en la rebeldía y en la sumisión. Un día, ya pasada la época del Liceo, lo llamé en broma `mi viejo maestro` y aun esta burla afectuosa lo fastidió un poco”). Cada ídolo tiene su ocaso. Quizás por eso, tras un largo periplo, Pontalis concluye: “quizás fue eso lo que al cabo de los años me mantuvo a cierta distancia de Sartre: nunca pude hacerme a la idea de que uno piensa sólo con la cabeza”.

 

 

***

De Sartre a Lacan, entonces, vía una infidelidad. O más bien, una incapacidad de sostener una fidelidad (a un maestro), que no se entiende ni como mérito ni como demérito (“¿de qué exactamente puede uno ser Maestro?”).

 

El aburrimiento de la Sorbonne, la certeza de que se prefería la soledad de la habitación que la pequeña multitud de un aula y, sin embargo, toparse con otra certeza: un “pensamiento nuevo”, una “palabra inédita” se producía allí, a poca distancia de la suya.

Lacan y sus suspiros presos de una tremenda fatiga. Lacan y los papeles que jamás consultaba, junto a los libros que permanecían frente a sus ojos pero que nunca abría. Lacan y las frases que rara vez terminaba, sus recursos de comediante y sus habilidades de mago y una pasión del decir que no era fingida. “Con Lacan el pensamiento parecía desplegarse siempre fuera de tema, describiendo una espiral infinita, de la que no habríamos podido afirmar si nos alejaba o nos acercaba al centro. Lacan y el arte del suspenso”.

 

Pontalis dice no objetarle a Lacan sus “excentricidades”, ni sus “caprichos de gran señor”, puesto que aquello que aparecía en el centro de la escena era otra cosa: “me inducía a romper los hábitos universitarios, a los que el mismo Sartre, aunque con rudeza, permanecía fiel a pesar de todo”. Sin embargo, dos advertencias para evitar eso que a él le resultó deplorable: la conversión de sus pares en discípulos (“encierro del que algunos no pudieron salir jamás”). Primera advertencia, dice Pontalis: “nutrirse de Lacan, habitar en Lacania sin hablar en lacaniano”. Segunda advertencia: comprender que, si en el discípulo la verdad siempre viene de boca del otro, no por eso se debe olvidar que “Lacan designa al otro con O mayúscula: no pretende ocupar su lugar, mucho menos llenarlo”.

 

 


PSICOANÁLISIS, LENGUAJE

“Una lengua habla, dice algo más allá de ella misma, únicamente cuando no nos sentimos demasiado cómodos con ella, a pesar de haberla escuchado y practicado durante largo tiempo, únicamente cuando nos sentimos incapaces de manejarla con entera soltura, como una herramienta”, escribe Pontalis, planteando con claridad ese doble movimiento de cercanía y lejanía que podemos sentir con la propia lengua.

 

Por eso dice sentir fobia del “encierro en una única lengua”, del “hablar para iniciados”, algo que a menudo queda reducido ese psicoanálisis que ingresa en todas partes sin ser invitado y se autoadjudica el lugar de “interpretación de todas las interpretaciones”.

 

Más seducido por ese “territorio donde habita lo desconocido”, Pontalis manifiesta sentir una particular atracción por esos tiempos remotos en los que imagina una humanidad primitiva que inventa la lengua (el lenguaje, la palabra) para nada, no por necesidad (como abrigarse o comer), sino porque sí (“No tenía relación con sus gestos o sus gritos, con sus señales, con nada de lo que ya usaban para expresarse y comunicarse”).

 

Ese amor a los comienzos del lenguaje se perpetúa. Y llama la atención, para nosotres lectorxs del siglo XXI– que ya en 1988 –al momento de publicarse en Francia este libro– Pontalis escriba que ignora rabiosamente todo lo referido a la informática, puesto que entiende que “el anunciado triunfo de un código universal infalible, por fin adulto, que elimina todo malentendido y responde por nosotros a toda acción, es odio frío al lenguaje”.

 

De allí el desafío de forjar la propia lengua, una lengua común –no universal– que deje alguna posibilidad a la palabra “en lo que ésta tiene de único”. Aunque también, aclara, el lenguaje es tiránico, porque está abierto a todos los sentidos e ignora de dónde viene y a dónde va.

 

 

 NARRACIÓN, MEMORIA

 

“Hasta el nómade lleva consigo su tienda y el vagabundo tiene su territorio”, escribe Pontalis, quien se interroga acerca de cómo se conforma un campo de memoria, con sus “fronteras, mojones y estaciones”, ya que solo en un espacio definido se puede producir un hecho (“sólo en una continuidad surgen los comienzos y sobrevienen las rupturas”).

 

¿Qué pasa con el yo en relación a la memoria? ¿Hay acaso una ausencia, como en el sueño, que sin embargo nos conduce –tanto en el sueño como en la memoria– sin que lo sepamos, para rebelarnos quizás de qué estamos hechos? Son preguntas que, dispersas, entraman en el libro una preocupación muy clara por la relación entre cuerpo, palabra, memoria. “¿Qué retiene la memoria en su alforja agujereada?”, se pregunta en otro apartado. Y responde: “accidentes”. Es el cuerpo, entonces –según Pontalis– el que asegura cierta continuidad, a pesar de sus rupturas, desórdenes y cambios, el que nos permite reconocer una vida como propia. “En nuestra memoria, en cambio, sólo hay discontinuidad: hechos importantes para nosotros pero ínfimos la mayoría de las veces, heridas que dejan siempre algún rastro invisible, momentos de perturbación, huecos y excesos”.   

 

“¿Qué es una vida si nadie la relata?”, se pregunta el autor en otro tramo del libro, mientras cuenta que asistió a un coloquio en el que –“sí: ¡otra vez!”, subraya– se anunció la muerte de la narración (“más como una buena noticia que como un desastre”). Escuchar semejante afirmación, afirma, lo llevó a pensar en esa muerte como análoga a la del anuncio de la muerte de la niñez. O más aterrador aún, como la liviana afirmación de que “todos los niños han muerto y que la humanidad, por fin dueña de sí misma, confió a computadoras la tarea de ´producir textos´”…

 

Cualquier coincidencia con la realidad (contemporánea de la Inteligencia Artificial), es pura coincidencia.

 

 

EXPRESIONES MÚLTIPLES


El psicoanálisis, la filosofía y la literatura, sí, pero también el trabajo propiamente de editor. Las revistas y libros, y toda una cultura que marca el siglo XX. Pontalis afirma: “Tengo dos oficios y por nada del mundo sacrificaría uno por el otro... Si el psicoanálisis dejara de interesarme o si ya nadie acudiera a mí, no me importaría, dedicaría más tiempo al trabajo editorial. En apariencia las dos tareas se complementan. Publicar trabajos psicoanalíticos y esforzarse para que un autor transmita con más fuerza y rigor lo que recogió de su experiencia no contradice mi trabajo de analista: antes bien lo prolonga e incluso le da a veces un sentido más pleno”

 

La ventaja encuentra Pontalis en esa coexistencia de actividades, en esa “bigamia profesional”, es que cada una fija los límites de la otra, de modo que “no todos los márgenes están perdidos”. Tanto quien se desempeña como psicoanalista (o “paciente”), o como editor, no puede ver su vida reducida a ello, hacer de esos oficios una identidad, sino que necesita al mismo tiempo cultivar lo que caracteriza como relaciones y conversaciones “comunes”, de “una diversidad de sucesos a modos de escansión de lo cotidiano”.

 

Quizás porque teme servir a un solo lenguaje, a un único amo, convirtiéndose necesariamente en su prisionero o esclavo, es que Pontalis sostiene que, contra esa tiranía, no hay más que un remedio: “la separación de poderes”. Apuesta por una forma de vida atravesada por aquello que él mismo caracterizó como una “afición a la expresión múltiple”.

 

 * Texto publicado en Revista Froi