I-
Las
cacerolas que hicieron su aparición masiva el 19 de diciembre de 2001, jugaron
un rol fundamental a la hora de quebrar el miedo impuesto por la declaración
del estado de sitio. Por eso creo inoportuno reducir esta forma de protesta sólo
a un factor coyuntural, centrado en lo económico (incautación de los depósitos
bancarios). Hay algo de tipo ético-político en el rechazo al autoritarismo y la
represión. No es que vea un soviet en cada esquina en la cual se juntan un
grupo de vecinos. Tampoco es cuestión de depositar esperanzas exageradas en los
vacilantes (cuando no reaccionarios) sectores medios porteños. Pero creo que es
justo reconocer que durante el primer semestre de 2002, estos sectores se
incorporaron de una u otra manera al proceso de resistencia contra el modelo
neoliberal. En un proceso inédito de participación y movilización de estos
sectores.
Por
otra parte, los cacerolazos no se agotarán con la caída de De la Rúa. Una
semana mas tarde aparecerán nuevamente para expulsar a Adolfo Rodríguez Saá; y
unos días después volverán a las calles para advertir a El Otro que en
Argentina algo había cambiado. Luego, al ruido de las cacerolas se le acoplará
la palabra compartida en los distintos barrios. Es el surgimiento de las
Asambleas Populares.
De
manera muy distinta a lo que sucedió durante la década Menemista, el verano
será, para los sectores medios, un período en el cual lo importante no serán
las vacaciones, sino el proceso político que se vive en el país. Durante la
primera quincena de enero, los cacerolazos de los asambleístas sumarán su ruido
al de las luchas que se libraron a lo largo y a lo ancho del país: piquetes de
los trabajadores desocupados, huelgas y movilizaciones de trabajadores
ocupados, sobre todo del sector estatal, escraches...
La
respuesta del gobierno y la corporación mediática los cacerolazosfue inmediata.
Ante el segundo viernes de cacerolazos masivos en Plaza de Mayo, comenzó una
campaña de desprestigio y cerco político sobre el nuevo protagonismo social.
Citemos
un ejemplo: la cobertura de los principales diarios nacionales sobre el masivo
cacerolazo del 11 de enero que culminó con represión. Al otro día, éstos fueron algunos de los
titulares: “Otra vez hubo violencia y los destrozos marcaron a la ciudad” (Clarín). “La SIDE califica a los que
lanzaron ataques como un ‘engendro’ de izquierdistas, de marginales y de clase
media ‘furiosa’” (La Nación). Ambos
periódicos, más allá de los matices, coincidieron en realizar una minuciosa
crónica de los destrozos, excluyendo todo comentario sobre el carácter masivo
de la movilización.
Si bien ninguno tenía datos precisos, los dos tomaron
como fuente a la SIDE, la Policía Federal y la Secretaría de Seguridad Interior
para denunciar a los “posibles” responsables de las acciones. Estos organismos
señalaban a “activistas de ultraizquierda”, como los autores de las acciones
directas. “Se habla de los grupos ‘Teresa Rodríguez’, la CCC y ‘Quebracho’”, y
“hasta afiliados al sindicato de mensajeros en moto, a quienes relacionaron con
la entidad que nuclea a hijos de desaparecidos” (La Nación).
A partir de allí, la discusión no será “movilización
sí, movilización no” (que polarizaría las posiciones y posibilitaría el
agrupamiento de un amplio espectro “garantista”), sino que el eje central
instalado por los medios pasará a ser “hay que aislar a los violentos”.
Toda esa discusión no fue más que un intento de las clases
dominantes por recuperar el monopolio en el uso de la violencia. Es decir,
abortar la posibilidad de que la violencia popular apareciera como “legítima”.
II-
Hay una imagen de
la ciudad de Buenos Aires que grafica bastante el clima político de aquellos
días. Se trata de una fotogtrafía en la cual puede verse a todos los bancos
“blindados”: en vez de vidrios, tenían “chapones”. Un texto publicado en esos
días (13 de enero de 2002) en el sitio La Haine (“Las sucursales bancarias como
objetivos políticos”), Delgado, Roberto, da cuenta de esta imagen:
“La gente se cansó de poner la otra mejilla y de aguantar
que la policía antidisturbios defienda a palos y matando los intereses de la
clase dominante. La respuesta se transformó en rabia y en el destrozo casi
sistemático de grandes comercios y sobre todo de sedes bancarias (...) Al día
siguiente la gente caminaba por Avenida de Mayo ante un genuino panorama: el
Banco Francés de Avenida de Mayo 1165 tenía la puerta trabada. Un policía
custodiaba la entrada y los vidrios rotos todavía estaban en el piso. Sobre los
cajeros automáticos unos carteles advertían: ‘No funcionan’; atrás estaban los
monitores destrozados”. “En Diagonal Norte los pequeños comerciantes estaban
tranquilos: nadie había tocado sus locales. Sin embargo hubo dos perjudicados:
el Banco Ciudad y el Boston. El primero ya había perdido los vidrios en
protestas anteriores. Por eso, esta vez los atacantes sólo pintaron consignas
en el frente con aerosol”.
A pesar de toda la campaña de desprestigio, el proceso
ascendente de los "caceroleros" no se detuvo, y las movilizaciones
continuaron. La organización en los barrios de la Capital Federal se multiplicó
rápidamente y las plazas y esquinas en donde los vecinos comenzaron a reunirse
llevó a que se planteara la necesidad de coordinarse. Así, el tercer domingo de
enero, se realizó un primer inetento: “Mil vecinos reunidos en Parque Centenario
para coordinarse”. “Del cacerolazo a la interbarrial”. “Lo que empezó como cacerolazo está
dando lugar a una coordinación entre barrios movilizados”, tituló Página/12 el lunes 21 de enero de 2002.
A
la semana siguiente, Laura Vales señaló: “La idea central de los
participantes es crear una interbarrial que potencie los reclamos y sirva como
un espacio donde detectar los objetivos comunes (...). Ayer fue el segundo
domingo de asambleas en el parque. Los organizadores montaron un equipo de
sonido y desplegaron sobre el césped dos parlantes y un micrófono; la gente se
ubicó alrededor. La
asamblea duró más de tres horas y llegó al final sin decaer en número... (Página/12, domingo 27 de enero de 2002). Una serie de puntos
prácticos se aprobaron en aquel encuentro: participación en marchas a
realizarse esa semana (una de ellas en apoyo a la movilización
piquetera);
la
ratificación de realizar una nueva reunión ínter-barrial al domingo siguiente.
Otras de tinte más político: fin del corralito; convocatoria a
elecciones; no al pago de la deuda externa...
Claro que, si bien no
había sido tan difícil convocar a una coordinación de asambleas, eso no quería
decir que fuera fácil ponerse de acuerdo en cómo continuar, cómo funcionar, qué
objetivos perseguir.
En la nota recién citada,
la periodista reproduce una serie de entrevistas realizadas a varios presentes
en el Parque. Algunas de las opiniones escuchadas aquel día: “Vine el domingo
pasado y había menos gente”; “Hay un crecimiento que a todos nos pone bien,
pero a la vez vuelve más difícil ponernos de acuerdo”; “La regla es que el
Parque sirva para coordinar y las asambleas barriales actúen como
soberanas”.
Mas
allá de algunas trabas, los procesos de coordinación comenzaron a dar sus
frutos, y el viernes 25 de enero se realizó el primer cacerolazo nacional. Bajo
una intensa lluvia, miles de manifestantes bailaron, gritaron y saltaron en la
Plaza de Mayo. En Puente Pueyrredón, el corte que La Verón mantuvo desde el
mediodía hasta la noche y que confluyó con una columna de “caceroleros” de la
zona Sur, no pudo llegar a la Plaza. Luego de la represión al cacerolazo y de
que les impidieran a los piqueteros de La Verón avanzar desde la zona Sur del
Gran Buenos Aires hacia la Capital Federal, los medios masivos de comunicación
siguieron haciendo eje en que el problema central eran los “díscolos” que se
“metían” en las jornadas de protesta que
“ciudadanos bien” desarrollaban en los marcos de la legalidad. La
democrático-burguesa, claro está.
III-
Por
esos días, amplios sectores medios, “progresistas”, que se habían entusiasmado
primero, y desilusionado después con el gobierno de la Alianza, golpeaba sus
cacerolas en la ciudad, concurrían a asambleas y hasta miraban con simpatía
cuando una columna de los barrios bajos ingresaba a la ciudad a protestar. Lo
que no toleraban era que las luchas se radicalizaran; que quienes habían sido
violentados se violentaran. Reproduzco unas palabras del artículo titulado “Rebeldías”,
que Pasquini Durán escribió por aquellos días. “Camus sostenía que ‘el
movimiento de rebelión no es, en su esencia, egoísta. Puede haber, sin duda,
determinaciones egoístas. Pero la rebelión se hace tanto contra la mentira como
contra la opresión’. Desde
aquellas jornadas del 19 y 20 de diciembre, buena parte de la ciudadanía
nacional está en desobediencia. Dado que la rebeldía carece de liderazgo
definido o de sentido predeterminado, por momentos las actitudes y los
discursos hasta pierden racionalidad, aunque a la vez el desborde tumultuoso va
encontrando cauces nuevos, como son, por ejemplo, las asambleas vecinales, las
conexiones interbarriales, que podrían ser un inédito punto de partida hacia
formas más complejas de organización”.
Luego de hacer toda una reivindicación democrática, “progresista”, el
periodista asevera: “La
violencia atemoriza a los más débiles o, si se prefiere, les hace el juego a
los peores, no importa de dónde provenga la agresión o los motivos que se
invoquen para cometerla. Es legítimo, por lo tanto, que los ciudadanos aíslen a los violentos”. “Siguiendo las
observaciones de Camus, hoy también puede decirse aquí lo mismo que él decía en
Francia hace medio siglo: con la rebelión ‘el mal que experimentaba un solo
individuo se convierte en una peste colectiva’. En nuestra prueba cotidiana la
rebelión desempeña el mismo rol que el ‘cogito’ en el orden del pensamiento: es
la primera evidencia. Pero esta evidencia saca al individuo de su soledad. Es
un lazo común que funda en todos los hombres el primer valor. Yo me rebelo,
luego nosotros somos”.
¡Claro
que la rebelión es constitutiva de un nosotros como colectivo! Pero negar el aspecto
de violencia contra el opresor es no comprender nada del sistema en cual
vivimos. Y no creo que alguien como Durán desconociera las características
intrínsecas del capitalismo. Pero si se trata de apelar a los franceses para
justificar posiciones propias más vale citar a Jean Paul Sartre que Albert
Camus. Dice el autor de La Náusea en
el prólogo al libro Los condenados de la
tierra de Frantz Fanon: “El arma de un combatiente es su humanidad. Porque,
en los primeros tiempos de la rebelión, hay que matar: matar a un europeo es
matar dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido:
quedan un hombre muerto y un hombre libre”.
FUENTE: Mariano Pacheco, De Cutral Có a Puente Pueyrredón, una
genealogía de los Movimientos de Trabajadores Desocupados (El colectivo,
Buenos Aires, 2010).