lunes, 24 de febrero de 2025

Las dimensiones inconscientes de los servicios asistenciales (Félix Guattari)



Algo está cambiando en Trieste y en la Psiquiatría Demo­crática. Esto se debe tal vez a que el trabajo colectivo del duelo de Franco Basaglia llegó a su término y entra en una fase crea­tiva. Hay que reconocer que la herencia fructifica de manera sorprendente, tanto en el trabajo del campo en las perspectivas teóricas. Vuestra reflexión sobre el modelo clínico y sobre la reproducción social, más allá de la indispensable negación destrucción de las instituciones represivas, le conduce hoy a tomar en cuenta una producción institucional, sinónimo de producción existencial. Franco Rotelli las llama “instituciones-inventadas”, “instituciones-de-la-contaminación”. La re-singularización, la re-construcción de subjetividades comple­jas están entre vosotros a la orden del día. Podremos entonces re-abrir algunos debates clausurados o bloqueados desde hace mucho tiempo. Pienso, en particular, en el problema de las formaciones del inconsciente, tanto individuales como colectivas.

Una nota previa. Espero que para abordar este género de cuestiones nos comprometamos, unos y otros, a desarrollar una reflexión sostenida y de largo plazo.

 La apertura notable de este congreso no caerá, estoy convencido, en el verdiglionismo…

Es deseable que todas las tendencias se puedan expresar aquí, incluso las de los más recalcitrantes hermeneutas. Pero está claro que la cuestión de las técnicas no avanzará si nos reducimos a la confección de un cocktail ecléctico. Por mucho tiempo este debate no ha sido abordado. Esta situación no puede seguir siendo tratada de soslayo. Debe acabarse con esto.

Desde el momento en que ustedes consideran los aspectos de hipercomplejidad y de procesualidad que se enlazan alre­dedor de la “producción institucional”, caerán necesariamente forjando una cierta meta-modelización relativa a las formacio­nes subjetivas inconscientes a que está asociada. Algunos se sorprenderán de la insistencia, en mi propósito, del concepto de inconsciente. Pero en el contexto actual del aumento masi­vo de las técnicas normalizadoras me parece necesario hacer­lo. En realidad, desconfío tanto de la peste reduccionista, vehiculizada por el psicoanálisis, como de las que son vehiculizadas por las terapias conductistas o por la mayor parte de las corrientes llamadas “sistemistas”,  cuya versión más reciente es la terapia familiar. Simplemente, es preciso reconocer que la problemática de las singularidades subjetivas ha estado relati­vamente mejor preservando bajo el paradigma psicoanalítico que en las otras corrientes de la psicología. Sea como fuere, yo creo que no ganarán nada tomando prestado un modelo de inconsciente de una doctrina preconstituida como la de Freud, Jung o Lacan.

Vuestro modelo, o mejor, vuestro meta-modelo, deberían forjarlo por sí mismos a medida que sientan la necesidad. Podemos aspirar a encontrar las dimensiones inconscientes de la asistencia en diversos niveles.

Primero, en el nivel de la modelización social global. No es preciso insistir demasiado en este aspecto, cuyo carácter inva­sor se revela cada día con mayor fuerza. Los equipos colectivos de salud, de educación, de recreación, etc., producen masivamente una subjetividad prefabricada; los medios de comunicación de masas, la publicidad, los sondajes, manufacturan a gran escala la opinión, los afectos, las actitu­des prototípicas, los esquemas erotizados de narratividad... Esta subjetividad no es consciente. Envuelve a los individuos allí sumergidos, sin que el proyecto de su producción sea enteramente deliberado. Sin embargo, no se puede considerar que sea inconsciente, en el sentido que Freud ha elaborado el concepto de inconsciente. Digamos, que es extra-consciente. Lo mismo es válido para las interacciones sociales e institucio­nales que logran realizar complementariedades de roles y de funciones. El paciente, por ejemplo, adopta sin darse cuenta un cierto comportamiento de sumisión en relación a los profe­sionales de la salud. Toda una etología relativa a los aspectos culturales complejos pre determina de esta manera las trayec­torias, las actitudes individuales, según las presiones de la jerarquía de poder, de saber, de sexo, etc.

Nos encontramos aquí confrontados a una materia muy rica, que puede ser objeto de tratamientos sistémicos o psicodramáticos específicos. El juego de estas interacciones, por ejemplo, no será el mismo con individuos clasificados psicóticos o delincuentes o mejor aún, con las personas de edad

Las prácticas institucionales, sociales o psicoterapéuticas que trabajan apropiadamente estos dominios de la inter­subjetividad no implican necesariamente la movilización de conceptos heredados del freudismo. Estas prácticas son suscep­tibles de luchar eficazmente contra ciertos aspectos alienantes del primer nivel mencionado aquí, en relación a la subjetivi­dad “massmediatizada”. ¿Significa esto concluir que el trabajo de la institución-en-proceso sea conducido a abstenerse de hacer uso del concepto de formación inconsciente de la subje­tividad? Si ello fuera así, el análisis quedaría condenado a permanecer irremediablemente fuera del campo de las dinámi­cas institucionales y sociales que son en Trieste vuestro pan cotidiano. Por mi parte, no lo creo así. Pero esto queda como una cuestión de opción, de opción micro-política y de ningu­na manera de referencia científica. En estos terrenos de crea­tividad institucional y de re-complejización de la subjetividad, no debiera ser posible operar con recursos conceptuales obligatorios. Esto es lo que me hace hablar de meta-modelos más bien que de modelos; los meta-modelos se empa­rientan mejor con mitos de referencia, con interpretaciones novelescas o líricas, que con enunciados científicos.

Me parece, entonces, que nos corresponde elaborar nuevas cartografías y experimentar nuevas producciones de subjetivi­dad, preocupadas de tomar en cuenta, o si no a cargo, el conjunto de dimensiones de rechazo de las evidencias ordina­rias de denegación, de desfiguración, de procastinación, en relación a significaciones dominantes; el conjunto de fenóme­nos de repetición mortífera con el cual la teoría freudiana ha chocado de partida y que los psicoanalistas han teorizado de manera demasiado restrictiva, en mi opinión, impidiendo una lectura pertinente en el contexto de los agenciamientos socio- institucionales vivos. En esta perspectiva (que no hago sino evocar), el síntoma individual o colectivo no debería ya más ser tratado en términos de déficit, de obstáculos a ser resuel­tos por vías pragmáticas racionales, sino ser comprendido como formación existencial en vías de autoafirmación, en búsqueda de su propia consistencia.

Es muy importante pensar y trabajar en el seno de un grupo o de una institución, sobre ciertas dimensiones incons­cientes de los servicios asistenciales, como por ejemplo: “lo que no funciona”, “lo que funciona irregularmente”, “lo que perturba el funcionamiento normal” sin razón comprensible aparente. Las vías de la singularización, que pueden ser indi­viduales o colectivas, proceden siempre por afirmaciones en sentido contrario al sentido común, en contra del consenso. En cualquier nivel que se la considere, la producción de subje­tividad descansa en el mismo tipo de interrogación. Los pales­tinos, los polacos de Solidaridad, los iraníes fanáticos de Khomeiny, cada uno a su modo se ponen de través en la histo­ria. Es, incluso, su forma de hacer la historia. Y también los terroristas de Beirut, esas gentes imposibles, insostenibles, condenables en todo sentido, pero que de alguna manera son portadores de rasgos inconscientes de la subjetividad contem­poránea. Estos constituyen una superficie de fricción en el cruce de los tres ejes del mundo: el sur, el este y el oeste, manifestando dimensiones no asumidas de la historia, que se las podría denominar “en estado de shock”. Mientras menos llegan a expresarse de manera constructiva en la escena inter­nacional, más perseveran en sus prácticas catastróficas y de goce monstruoso (En Italia ustedes saben bien de que hablo).

Tenemos que admitir aquí, que no se trata sólo de una cuestión de problemas negociables en términos de compromi­so, de relaciones de fuerza que se expresan bajo formas exa­cerbadas de violencia.

Tenemos que admitir aquí, que no se trata sólo de una cuestión de problemas negociables en términos de compromi­so, de relaciones de fuerza que se expresan bajo formas exa­cerbadas de violencia.

Se trata también, y quizás ante todo, de “impasses” existenciales que alimentan una producción de subjetividad que se enquista y se autonomiza de manera cancerosa; de ciertas acciones ciegas, de ciertas pruebas de prestigio llevadas al absurdo, que ya no tienen finalidad racional, sino que sirven para hacer perdurar a cualquier costo una formación subjeti­va teratógena. La minúscula minoría de la ETA vasca, por ejemplo, tiraniza así al conjunto del movimiento de liberación del cual se supone que no es sino su brazo armado. Trabaja, en efecto, únicamente al servicio de sus propios fantasmas y perversiones, arriesgando conducir a todo el movimiento al desastre. Estos ejemplos colectivos pueden ayudar a compren­der lo que ocurre con la psiquis individual o la de pequeños grupos. Por lo demás, creo que el colectivo aclara mucho mejor lo individual que a la inversa. Esto puede ser atribuido a que la subjetividad individual funciona como los pueblos, por vías múltiples y disonantes. En el fondo, el inconsciente jamás es verdaderamente individuado, aunque se le imponga un yo fuerte y autónomo.

Esta insistencia existencial del contra-sentido inconsciente se encuentra en todas partes y en todos los niveles. Pero, ¿qué se puede hacer cuando en un grupo, una institución, un comportamiento individual, esta insistencia existencial ame­naza paralizar las relaciones de concertación, de intercambio y de regulación de los conflictos? ¿pasar por el lado, ignorar­los, hablar de otra cosa? Los psicoanalistas pueden permitirse ignorar soberbiamente los síntomas -al menos en tanto no tengan que ver con enfermos psicóticos- pero en la mayor parte de los otros casos, uno no se puede desentender de ello tan livianamente. Es ahí que se plantea el problema del análisis del inconsciente.

No se trata de ignorar ni de destruir estas manifestaciones heterodoxas de la subjetividad, ni aun de interpretarlas. De lo que se trata es de contribuir a crear escenas y contextos que las conduzcan a procesualizarse, es decir, a trabajar por su propia cuenta hasta que salgan de su auto-referenciación limi­tada, encerradas sobre sí mismas y lleven a articularse con nuevos universos de referencia. Una vez más, parece eviden­te que estas ideas de procesualización y de singularización encontrarán mejores paradigmas en las disciplinas artísticas que en las ciencias físicas o matemáticas. Los sectores asistenciales pueden perfectamente saltarse toda referencia al incons­ciente. Es lo que generalmente hacen, pero es también lo que los conduce a caer en la estereotipia de los roles, en el tecnocratismo, en la alienación social y mental. Al contrario, los operadores de estos sectores tendrán mucho que ganar, crean­do sus propios instrumentos analíticos para los planes teóricos y prácticos (Aquí no se trata de copiar, lo repito, los concepto de moda o de imitar el psicoanálisis de los barrios elegantes). Es por este camino que los operadores se darán los medios para apreciar el valor de las diversas prácticas y técnicas actuales y también, eventualmente, para contribuir a su rea­propiación. Todo es bueno, todo es verdad, y, al mismo tiempo, todo es malo, todo es falso en los psicoanálisis, en las terapias familiares, en las diversas técnicas institucionales o de grupo o en las medicinas tradicionales... El problema es saber, detrás de los discursos de auto-justificación, cómo estas técnicas abordan los cebos, los indicios, los fragmentos de subjetividad disidentes con que se encuentran. Saber también qué hacen con la polifonía expresiva, con las pulsiones de singularización y la procesualidad potencial de la materia subjetiva que estas mismas técnicas pretenden “tratar”. No se trata de montar tribunales populares del inconsciente, sino de promover en todo los niveles, individuales y/o colectivos, la instauración de sistemas de lectura y de recalificación de valo­res y deseo, de valores existenciales, generalmente aplastados en la subjetividad consensual producida por las formaciones de poder. Un gran número de dimensiones colectivas entran en juego en este asunto, así como también -no lo olvidemos nunca- dimensiones que yo llamo pre-personales, pertenecientes al montaje modular de la sensibilidad, de una estética cósmica infra-consciente. De hecho, la singularización escapa a las categorías de lo individual y de lo colectivo: puede partir de un grupo, como también de un afecto, de una representación, de una práctica que no tiene que rendir cuentas a nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario