(o acerca de los modos de reescribir la tradición del gaucho en
clave guachina)
Por Mariano Pacheco*
Editorial Interzona nos
deleita con lo que para muchos puede ser una novedad, pero que en
realidad no es más que un acto de justicia poética. Me refiero a la
reedición, en una edición muy cuidada de tapa dura, de El guacho
Martín Fierro, el libro de Oscar Fariña publicado en 2011. El
libro –una reescritura guachina del Martín Fierro-- contiene
además una serie de ilustraciones realizadas por el mismo autor.
Las reescrituras en la
literatura argentina
Recientemente, con la
publicación de Las aventuras de la China Iron (2017) la
novela de Gabriela Cabezón Cámara, el tema de las reescrituras del
Martín Fierro en la literatura argentina volvió a ser una
cuestión de análisis y debate en la crítica y el periodismo
cultural nacional. Tiempo antes, también Martín Kohan le había
dedicado un cuento a Martín Fierro, en su libro Cuerpo a tierra
(2015). En ambos casos la historia del mil ochocientos es rescata en
clave de diversidad sexual, en clara sintonía con los tiempos
actuales de poner en cuestión al machismo y las visiones fóbicas
sobre la otredad.
Las reescrituras de la
gauchesca y los modos de interpretación del “símbolo nacional”
tienen su historia. Se sabe: es alrededor del centenario, cuando lo
que incomoda y molesta a las elites dominantes de la Argentina
liberal son los inmigrantes, el gaucho –ya desaparecido
históricamente como elemento perturbador de las clases acomodadas
del país-- pasa a ser erigido como figura central de la argentinidad
(atrás había quedado el violento proceso de forzar al paisano a
transformarse en fuerza de trabajo para el capital). Esta operación
–la de rescatar al gaucho bueno y manso como emblema nacional--,
funcionó de un modo u otro durante por lo menos tres décadas, hasta
que los cabecitas negra irrumpieron en la escena nacional, y los
abordajes de la tradición gauchesca se tornaron más problemáticos.
Jorge Luis Borges, en textos
como El fin y Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (cuentos
reunidos en Artificios y El Aleph, libros publicados en
1944 y 1949, respectivamente), vuelve a poner el foco en la barbarie
de los gauchos, tal como había hecho ya en 1943, en su Poema
conjetural, en el que caracteriza la barbarie como destino
sudamericano (vencen los gauchos, los bárbaros vencen,
escribe). Así, la barbarie monótona de la llanura (que vive
en un puro presente) es contrapuesta a la ciudad, donde habitan
hombres cultos con libros (que obviamente saben leer, a diferencia de
los gauchos) que pueden de algún modo proyectar y tomar en sus manos
su destino, a diferencia de los bárbaros, en donde es el destino el
que los hace, situándolos en el lugar de los nadies.
Los nadies serán rescatados
nuevamente, treinta años después de que Borges escriba esos textos,
en otra gran obra de la cultura nacional: Los hijos de Fierro,
película de ficción del Grupo Cine Liberación, con guión y
dirección de Fernando Pino Solanas realizada en la Argentina
durante los años 1973 y 1974, pero finalizada durante el exilio
europeo, proyectado por primera vez en Cannes en 1978 y recién en
1984 en nuestro país. El film, que parte de una operación
revisionista típica de aquellos años, se remonta hasta las
Invasiones inglesas para dar cuenta centralmente del proceso que se
inicia con la movilización del 17 de octubre del 45, y culmina con
la muerte de Perón y el inicio del terrorismo de Estado en el país
en 1974, en esa lucha en la que se expresaron los anhelos populares
de los hijos de Fierro en el siglo XX, de llevar adelante la
realización de la Patria Grande Latinoamericana.
Los gauchos guachines
Acá me pongo a cantar/al
compás de la villera,/que el guacho que lo desvela/una pena
estrordinaria,/ cual camuca solitaria/ con la kumbia se consuela.
Del matrero al pibe chorro, el
Fierro de Fariña es un gaucho generacional, un guacho que habita los
rincones bárbaros de la ciudad en pleno siglo XXI, pero también un
atrevido que de tanto en tanto se atreve a transitar los centros
neurálgicos de la urbe. Nací como nace el pedo/ en el fondo de
algún bar;/ nadie me puede afanar/ eso que Barba me dio:/ lo que el
barrio traje yo/ del barrio voy a llevar.
El gaucho guacho es leído por
el autor en las entre-líneas de una realidad histórico-concreta (la
de cualquier barrio popular de la Argentina neoliberal), pero también
el que pudo haber sido visto en los distintos formatos de la era
audiovisual. Un guacho más parecido a los personajes que el lector
de esta nota tal vez ha visto en la serie televisiva El Marginal
(2016) y que seguro Fariña ya había visto en otras sagas anteriores
como Okupas (2000) y
Tumberos (2002).
Aunque
este comentario no va en desmedro de un conocimiento que, muestra a
las claras, Fariña –autor de origen paraguayo que supo estudiar
Letras en la Universidad de Buenos Aires-- tiene del texto original.
Tal como en su momento comentó la misma Cabezón Cámara, en esta
lectura del Martín Fierro
se sigue verso a verso al original, pero en una traducción
al slang
contemporáneo.
El
gaucho guacho de Fariña es escabio, falopa y choreo; cumbia en la
villa y diversión, pero también, destino de prisión. Estaba
el guacho en su pago/ con toda seguridá,/ pero ahora… ¡la
putamá!,/ la cosa anda fruncida,/ que gasta el pobre la vida/ en
huir de la autoridá.
Vida
carcelaria, como decíamos, en afinidad con las series televisivas,
pero en este caso con ribetes gauchescos. Vino, pastilla y faca;
motines y arreglos con la cana para chorear. Hambre, truco,
violaciones, mugre, transas, canas, canas-transas y la cárcel como
cuartel. También robo pactado, fuga y conversión (al mal). Yo
fui re manso primero/ y después un guacho rastrero,
puede leerse en un tramo del libro. Y en otro: No hallé ni
rastro del rancho:/ ¡apenas una tuquera!/ ¡Por Gilda si aquello
era/ pa enlutar el corazón!/ Yo juré en esa ocasión/ ser más malo
que mi abuela.
Discriminado-discriminador,
así como en Hernández el negro es el rostro extremo del mal, aquí
el bolita ocupa ese lugar en la escalera de verdugos que es la
sociedad, como supo dar cuenta alguna vez Roberto Arlt.
El
guacho Fierro de Fariña logra combinar incorrección política
(desde el punto de vista del progresismo bien-pensante) con crítica
social. De pibito me gané/ la vida con mi trabajo,/ y
aunque siempre estuve abajo/ y no sé lo que es subir,/ también el
mucho sufrir/ suele cansarnos ¡carajo!,
puede leerse en un tramo previo a “la caída”. Y en otro tramo,
en donde da cuenta del destino al que se pretende condenarlos: Para
él son los calabozo,/ para él son las dura prisiones,/ en su boca
no hay razone/ aunque a su boga le sobre;/ que son timbales de palo/
las razones delos pobres, para
finalmente rematar: Si uno aguanta es gaucho mulo;/ si no
aguanta es gaucho malo./ ¡Dele murra, dele palo,/ porque así lo
necesita!/ De todo el que nació pobre/ esta es la suerte maldita.
El
gaucho guachín es un Fierro auténticamente contemporáneo,
atravesado por símbolos de la cultura y la religiosidad popular,
como Gilda o Maradona, pero también como El Frente Vital,
Víctor Manuel, el santo de los pobres
cocido a tiros por la policía cuya vida el periodista Cristian
Alarcón reconstruye a través del personaje de su libro Cuando
me muera quiero que me toquen cumbia.
De allí que el Fierro de Fariña marche hacia el final de su relato
hacia el gran desierto de nuestros días: faso, cumbia, dedo y rutas
argentinas, camino al Paraguay, el sitio donde los caminos se cruzan,
el lugar donde los sentidos porteños se desdibujan, y empiezan a
trazarse las primeras pinceladas de un nuevo sentido, el de otro
sentir más allá de la frontera nacional y cultural.
Ida y vuelta... y una nueva
búsqueda de un desierto para esta nación argentina
También
el Fierro de Fariña tiene un glosario al final (un alto
glosario según se puede
leerse), pero a diferencia del de Hernández, éste termina en 2011
diciendo: acá me despido yo,/ que corte batí a mi modo/
BARDOS QUE CONOCEN TODOS/PERO QUE NADIE CANTÓ.
Y en la edición de 2011, igual.
Todo
lector (o lectora) de José Hernández sabe que El gaucho
Martín Fierro (1872) finaliza
de un modo similar, pero que en realidad no termina allí, ya que en
1879 el autor publica La vuelta de Martín Fierro.
¿Que
ha pasado en el medio? Se produce el pasaje de la apuesta
revolucionaria a la conciliación; se abandona la trama de la
denuncia social sobre la violencia que el poder ejerce sobre lo
subalternos para pasar a erigir una serie de enseñanzas morales.
Incluso el formato mismo del texto y las condiciones de producción
del escritor cambian: el autor rebelde que se enfrenta al proceso de
constitución nacional y debe exiliarse; el Hernández que escribe La
Ida casi a escondidas y luego difunde lo que ha producido a través
de folletos ya no es el mismo que escribe La Vuelta: el propietario
de una librería; el autor consagrado tras el éxito de El
gaucho Martín Fierro; el
funcionario del régimen, primero electo diputado provincial por el
Partido Autonomista Unionista, luego adherente de Julio Argentino
Roca en su candidatura presidencial.
El viraje entonces es total:
político, ideológico, formal. Del duelo (carnal) a cuchillo al
duelo (simbólico) de la payada; de la resistencia a la integración;
de la voz directa del gaucho a las enseñanzas del autor a través de
una lengua más abstracta y, finalmente, no sólo retorno del
personaje a la sociedad que lo maltrató, sino también regreso
resignado del autor rebelde a la aceptación de un destino
desgraciado para al Nación.
En Fariña no, el guachín no
tiene vuelta. No tiene vuelta atrás podría pensarse. No hay
retorno, ni real ni imaginario, al mundo previo al del Estado de
Malestar. Tal vez porque el autor visualiza que ya no hay
condiciones, ni materiales ni simbólicas, de regresar al país al
punto previo al de la reorganización nacional, tampoco aparece una
moralización sobre el cuerpo y el devenir del pibe chorro. Tampoco
una idealización romántica ni nada que se le parezca. Con menos de
40 años, Oscar Fariña forma parte de la generación de escritores
de posdictadura que, al decir de Elsa Drucaroff, no realizan juicios
morales sobre la barbarie pobre porque lo que buscan más que juicios
es tratar de comprender. Y como sabemos, desde que Karl Marx
escribiera en 1845 su célebre Tesis XI, entender críticamente el
mundo implica necesariamente el movimiento de transformarlo.
*Nota publicada en La luna con gatillo.
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