lunes, 7 de mayo de 2018

El Martín Fierro de Fariña


(o acerca de los modos de reescribir la tradición del gaucho en clave guachina)

Por Mariano Pacheco*


Editorial Interzona nos deleita con lo que para muchos puede ser una novedad, pero que en realidad no es más que un acto de justicia poética. Me refiero a la reedición, en una edición muy cuidada de tapa dura, de El guacho Martín Fierro, el libro de Oscar Fariña publicado en 2011. El libro –una reescritura guachina del Martín Fierro-- contiene además una serie de ilustraciones realizadas por el mismo autor.


Las reescrituras en la literatura argentina
Recientemente, con la publicación de Las aventuras de la China Iron (2017) la novela de Gabriela Cabezón Cámara, el tema de las reescrituras del Martín Fierro en la literatura argentina volvió a ser una cuestión de análisis y debate en la crítica y el periodismo cultural nacional. Tiempo antes, también Martín Kohan le había dedicado un cuento a Martín Fierro, en su libro Cuerpo a tierra (2015). En ambos casos la historia del mil ochocientos es rescata en clave de diversidad sexual, en clara sintonía con los tiempos actuales de poner en cuestión al machismo y las visiones fóbicas sobre la otredad.
Las reescrituras de la gauchesca y los modos de interpretación del “símbolo nacional” tienen su historia. Se sabe: es alrededor del centenario, cuando lo que incomoda y molesta a las elites dominantes de la Argentina liberal son los inmigrantes, el gaucho –ya desaparecido históricamente como elemento perturbador de las clases acomodadas del país-- pasa a ser erigido como figura central de la argentinidad (atrás había quedado el violento proceso de forzar al paisano a transformarse en fuerza de trabajo para el capital). Esta operación –la de rescatar al gaucho bueno y manso como emblema nacional--, funcionó de un modo u otro durante por lo menos tres décadas, hasta que los cabecitas negra irrumpieron en la escena nacional, y los abordajes de la tradición gauchesca se tornaron más problemáticos.
Jorge Luis Borges, en textos como El fin y Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (cuentos reunidos en Artificios y El Aleph, libros publicados en 1944 y 1949, respectivamente), vuelve a poner el foco en la barbarie de los gauchos, tal como había hecho ya en 1943, en su Poema conjetural, en el que caracteriza la barbarie como destino sudamericano (vencen los gauchos, los bárbaros vencen, escribe). Así, la barbarie monótona de la llanura (que vive en un puro presente) es contrapuesta a la ciudad, donde habitan hombres cultos con libros (que obviamente saben leer, a diferencia de los gauchos) que pueden de algún modo proyectar y tomar en sus manos su destino, a diferencia de los bárbaros, en donde es el destino el que los hace, situándolos en el lugar de los nadies.
Los nadies serán rescatados nuevamente, treinta años después de que Borges escriba esos textos, en otra gran obra de la cultura nacional: Los hijos de Fierro, película de ficción del Grupo Cine Liberación, con guión y dirección de Fernando Pino Solanas realizada en la Argentina durante los años 1973 y 1974, pero finalizada durante el exilio europeo, proyectado por primera vez en Cannes en 1978 y recién en 1984 en nuestro país. El film, que parte de una operación revisionista típica de aquellos años, se remonta hasta las Invasiones inglesas para dar cuenta centralmente del proceso que se inicia con la movilización del 17 de octubre del 45, y culmina con la muerte de Perón y el inicio del terrorismo de Estado en el país en 1974, en esa lucha en la que se expresaron los anhelos populares de los hijos de Fierro en el siglo XX, de llevar adelante la realización de la Patria Grande Latinoamericana.

Los gauchos guachines
Acá me pongo a cantar/al compás de la villera,/que el guacho que lo desvela/una pena estrordinaria,/ cual camuca solitaria/ con la kumbia se consuela.
Del matrero al pibe chorro, el Fierro de Fariña es un gaucho generacional, un guacho que habita los rincones bárbaros de la ciudad en pleno siglo XXI, pero también un atrevido que de tanto en tanto se atreve a transitar los centros neurálgicos de la urbe. Nací como nace el pedo/ en el fondo de algún bar;/ nadie me puede afanar/ eso que Barba me dio:/ lo que el barrio traje yo/ del barrio voy a llevar.
El gaucho guacho es leído por el autor en las entre-líneas de una realidad histórico-concreta (la de cualquier barrio popular de la Argentina neoliberal), pero también el que pudo haber sido visto en los distintos formatos de la era audiovisual. Un guacho más parecido a los personajes que el lector de esta nota tal vez ha visto en la serie televisiva El Marginal (2016) y que seguro Fariña ya había visto en otras sagas anteriores como Okupas (2000) y Tumberos (2002).
Aunque este comentario no va en desmedro de un conocimiento que, muestra a las claras, Fariña –autor de origen paraguayo que supo estudiar Letras en la Universidad de Buenos Aires-- tiene del texto original. Tal como en su momento comentó la misma Cabezón Cámara, en esta lectura del Martín Fierro se sigue verso a verso al original, pero en una traducción al slang contemporáneo.
El gaucho guacho de Fariña es escabio, falopa y choreo; cumbia en la villa y diversión, pero también, destino de prisión. Estaba el guacho en su pago/ con toda seguridá,/ pero ahora… ¡la putamá!,/ la cosa anda fruncida,/ que gasta el pobre la vida/ en huir de la autoridá.
Vida carcelaria, como decíamos, en afinidad con las series televisivas, pero en este caso con ribetes gauchescos. Vino, pastilla y faca; motines y arreglos con la cana para chorear. Hambre, truco, violaciones, mugre, transas, canas, canas-transas y la cárcel como cuartel. También robo pactado, fuga y conversión (al mal). Yo fui re manso primero/ y después un guacho rastrero, puede leerse en un tramo del libro. Y en otro: No hallé ni rastro del rancho:/ ¡apenas una tuquera!/ ¡Por Gilda si aquello era/ pa enlutar el corazón!/ Yo juré en esa ocasión/ ser más malo que mi abuela.
Discriminado-discriminador, así como en Hernández el negro es el rostro extremo del mal, aquí el bolita ocupa ese lugar en la escalera de verdugos que es la sociedad, como supo dar cuenta alguna vez Roberto Arlt.
El guacho Fierro de Fariña logra combinar incorrección política (desde el punto de vista del progresismo bien-pensante) con crítica social. De pibito me gané/ la vida con mi trabajo,/ y aunque siempre estuve abajo/ y no sé lo que es subir,/ también el mucho sufrir/ suele cansarnos ¡carajo!, puede leerse en un tramo previo a “la caída”. Y en otro tramo, en donde da cuenta del destino al que se pretende condenarlos: Para él son los calabozo,/ para él son las dura prisiones,/ en su boca no hay razone/ aunque a su boga le sobre;/ que son timbales de palo/ las razones delos pobres, para finalmente rematar: Si uno aguanta es gaucho mulo;/ si no aguanta es gaucho malo./ ¡Dele murra, dele palo,/ porque así lo necesita!/ De todo el que nació pobre/ esta es la suerte maldita.
El gaucho guachín es un Fierro auténticamente contemporáneo, atravesado por símbolos de la cultura y la religiosidad popular, como Gilda o Maradona, pero también como El Frente Vital, Víctor Manuel, el santo de los pobres cocido a tiros por la policía cuya vida el periodista Cristian Alarcón reconstruye a través del personaje de su libro Cuando me muera quiero que me toquen cumbia. De allí que el Fierro de Fariña marche hacia el final de su relato hacia el gran desierto de nuestros días: faso, cumbia, dedo y rutas argentinas, camino al Paraguay, el sitio donde los caminos se cruzan, el lugar donde los sentidos porteños se desdibujan, y empiezan a trazarse las primeras pinceladas de un nuevo sentido, el de otro sentir más allá de la frontera nacional y cultural.


Ida y vuelta... y una nueva búsqueda de un desierto para esta nación argentina
También el Fierro de Fariña tiene un glosario al final (un alto glosario según se puede leerse), pero a diferencia del de Hernández, éste termina en 2011 diciendo: acá me despido yo,/ que corte batí a mi modo/ BARDOS QUE CONOCEN TODOS/PERO QUE NADIE CANTÓ. Y en la edición de 2011, igual.
Todo lector (o lectora) de José Hernández sabe que El gaucho Martín Fierro (1872) finaliza de un modo similar, pero que en realidad no termina allí, ya que en 1879 el autor publica La vuelta de Martín Fierro.
¿Que ha pasado en el medio? Se produce el pasaje de la apuesta revolucionaria a la conciliación; se abandona la trama de la denuncia social sobre la violencia que el poder ejerce sobre lo subalternos para pasar a erigir una serie de enseñanzas morales. Incluso el formato mismo del texto y las condiciones de producción del escritor cambian: el autor rebelde que se enfrenta al proceso de constitución nacional y debe exiliarse; el Hernández que escribe La Ida casi a escondidas y luego difunde lo que ha producido a través de folletos ya no es el mismo que escribe La Vuelta: el propietario de una librería; el autor consagrado tras el éxito de El gaucho Martín Fierro; el funcionario del régimen, primero electo diputado provincial por el Partido Autonomista Unionista, luego adherente de Julio Argentino Roca en su candidatura presidencial.
El viraje entonces es total: político, ideológico, formal. Del duelo (carnal) a cuchillo al duelo (simbólico) de la payada; de la resistencia a la integración; de la voz directa del gaucho a las enseñanzas del autor a través de una lengua más abstracta y, finalmente, no sólo retorno del personaje a la sociedad que lo maltrató, sino también regreso resignado del autor rebelde a la aceptación de un destino desgraciado para al Nación.
En Fariña no, el guachín no tiene vuelta. No tiene vuelta atrás podría pensarse. No hay retorno, ni real ni imaginario, al mundo previo al del Estado de Malestar. Tal vez porque el autor visualiza que ya no hay condiciones, ni materiales ni simbólicas, de regresar al país al punto previo al de la reorganización nacional, tampoco aparece una moralización sobre el cuerpo y el devenir del pibe chorro. Tampoco una idealización romántica ni nada que se le parezca. Con menos de 40 años, Oscar Fariña forma parte de la generación de escritores de posdictadura que, al decir de Elsa Drucaroff, no realizan juicios morales sobre la barbarie pobre porque lo que buscan más que juicios es tratar de comprender. Y como sabemos, desde que Karl Marx escribiera en 1845 su célebre Tesis XI, entender críticamente el mundo implica necesariamente el movimiento de transformarlo.

*Nota publicada en La luna con gatillo.

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