Espectros de Lenin:
revisitar la gesta bolchevique un siglo más tarde
Por Mariano Pacheco
Con el Simposio titulado
“Sobre la idea de comunismo”, primero (en Europa), realizado en
marzo de 2009, y con el centenario de la Revolución de Octubre,
después (en todo el mundo), la discusión en torno a lo que ha sido
este cuarto de siglo tras la caída/derrumbe de los socialismos
reales ha instalado nuevamente, en amplias franjas del activismo
político y social y en la intelectualidad crítica, el desafío de
volver a repensar la tradición del movimiento comunista
internacional.
Las luces y sobras, los
claro-oscuros de aquel proceso se nos presentan hoy cómo desafío a
ser pensado, tanto en el ámbito específico de la teoría como en el
de la persistencia o no de ese legado, en los procesos de
organización y de luchas que, las más de las veces con escasas
herramientas conceptuales, se han emprendido en todas partes del
mundo frente a la prepotencia avasalladora del capital.
En ese marco, la publicación
de La Revolución Rusa: cien años después, viene a
contribuir a seguir sosteniendo esos debates más allá de
aniversarios específicos. Compilado por el sociólogo, educador
popular, editor y ex militante sindical en el gremio de bancarios
Mario Hernández, el libro contiene diez ensayos en los que la gesta
bolchevique se aborda desde distintas ópticas en el afán de
recuperar varios debates a la vez.
Introducida por Guillermo
Almeyra, la publicación reúne textos de Claudio Katz, Olmedo
Beluche, Eric Toussaint, Daniel Omar De Lucía, Hernán Camarero,
Silvio Schachter, Héctor Freire, Antonio Infranca y Néstor Koahn.
Por un lado, el libro funciona
como una buena introducción historiográfica a la revolución de
octubre. Tanto en la introducción como en algunos de sus artículos,
el lector puede hacerse (o bien repasar si ya tiene lecturas al
respecto) una idea general del contexto en que los bolcheviques
tomaron el poder en Rusia en 1917, así como los hechos específicos
y los actores que protagonizaron tanto la insurrección como los
primeros pasos de la construcción de la nueva sociedad socialista
(esos “diez días que estremecieron al mundo”, como supo afirmar
John Reed, y los posteriores). Por otro lado, el libro aborda una
serie de cuestiones fundamentales -al menos para la mirada de este
cronista- respecto de las genealogías en las que los revolucionarios
rusos inscribieron su acción y sus reflexiones, el papel del arte en
la revolución, la recepción de aquel proceso en Argentina y la
apropiación posible (realizada y por realizar) del leninismo en
América Latina.
Simpatías sólo por un
rato
Resulta por demás ilustrativo
leer, a través del trabajo de archivo realizado por Camarero, cómo
las simpatías que despertó en amplios sectores argentinos la
revolución de febrero se diluyeron rápidamente en octubre. Así,
mientras que en marzo el diario La Nación escribía “La
revolución rusa merece la simpatía de los liberales de todo el
mundo”, siete meses después recordaba a sus lectores que “los
maximalistas” no eran más que “socialistas ultras”. Movimiento
similar detecta Camarero en La Prensa, pero también, en el
socialista La Vanguardia, en donde puede leerse un
desplazamiento que va de la reivindicación del “principio
democrático que va infiltrándose paulatina pero eficientemente en
todas las capas sociales de todas las naciones” a la denuncia que
advierte que la población rusa le retira su confianza a los líderes
Lenin y Trotsky.
Genealogías insurgentes
Omar de Lucía lo deja claro:
los bolcheviques no actuaban sin tener en cuenta una historia que los
precedía. “Los hombres que hicieron la revolución bolchevique de
1917 siempre tuvieron presente a la gran Revolución Francesa como
antecedente insoslayable del proceso que ellos estaban
protagonizando”, escribe, en un artículo que no deja de invocar
asimismo la presencia de 1789 en 1917, en términos de símbolos,
imágenes y lenguajes, e incluso, en términos de estrategias de
autodefensa del proceso revolucionario (el autor cita las lecturas de
Trotsky a la hora de fortalecer al Ejército Rojo en cuanto a sus
aspectos de técnica militar). 1789 en 1917 -entonces- pero también,
lectura aguda de los procesos del 48, y el ensayo fundamental para
las revoluciones por venir que implicó la Comuna de París en 1871.
Arte y revolución
Héctor Freire, que desde hace
años viene trabajando cuestiones relacionadas al cine desde la
revista Topía, recuerda en este libro que entre 1925 y 1928,
las salas de cine en Rusia pasaron de 2.000 a 9.300, alcanzando el
número de 29.200 al final del Primer Plan Quinquenal (cifra que
luego ascendió a 40.000, superando así la Unión Soviética a
Estados Unidos). Freire destaca la explosión experimental que siguió
el cine luego de Octubre del 17 (“de todas las artes el cine es
para nosotros la más importante”, supo decir Lenin alguna vez);
los recorridos realizados por los “trenes de agitación” en plena
guerra civil, entre 1918 y 1921 y la multiplicación de salas y films
en esos primeros años de revolución.
Silvio Schachter, por su
parte, subraya el papel jugado por los constructivistas,
suprematistas, futuristas y otras manifestaciones de la vanguardia
artística que se propusieron desarrollar un “arte-producción”
ligado a la vida cotidiana. Tiempos en los que se crearon 36 nuevos
museos, se inauguraron decenas de publicaciones y el ProletKult llegó
a agrupar a 84.000 miembros en 300 grupos locales expandidos por todo
Rusia. “Desde 1917, mientras que los funcionarios académicos huían
hacia Occidente, los artistas de la vanguardia, reunidos alrededor de
la revolución bolchevique, se organizaron, colectivizaron sus ideas
y asumieron la responsabilidad de dirigir las nuevas instituciones
culturales. Esta relación con el Estado no impidió que
permanecieran como actores libres de una revolución de la que se
sentían arte y parte en la búsqueda de fusionar los postulados
socialistas con una formulación artística de ruptura y
decididamente modernista”, escribe Schachter.
Ambos artículos ponen el foco
en la importancia que jugó el arte en el proceso revolucionario, aún
estando dicha apuesta atravesada por la primer Gran Guerra Mundial y
la guerra civil desatada tras la toma del poder por parte de los
bolcheviques.
Con tu querida presencia
El libro cierra con un
excelente texto de Néstor Kohan, en el que se lee al guevarismo como
un leninismo Latinoamericano. “Según nuestro punto de vista y
nuestra lectura histórica y política, el guevarismo constituye la
aplicación creadora, no mecánica, del leninismo en un continente
del Tercer Mundo”, escribe Kohan, quien destaca que el
revolucionario ruso comparte con el argentino el hecho de haber
estructurado su pensamiento y su práctica política en polémica con
el marxismo oficial de su época: el de la II Internacional en el
primer caso, el de la URSS en el segundo. “Los dos plantean un
marxismo revolucionario, ambos expresan el ala izquierda al interior
del marxismo revolucionario mundial...”, remata.
Esta lectura del guevarismo
como leninismo del mundo periférico y dependiente permite realizar
una lectura situada (Nuestra-americana) del legado bolchevique, sin
renunciar por eso a la perspectiva internacionalista, tan necesaria
en el marco de la revolución de Octubre, tan necesaria en los años
60 y 70 y tan necesaria en la actualidad, cuando el capital se ha
globalizado como nunca y, sin embargo, aún no encuentra propuestas
anti-sistémicas que lo enfrenten en el plano mundial.
Las últimas décadas han
demostrado que, desde abajo y la izquierda, han proliferado
resistencias en muchas partes del planeta. Posición ética y
política imprescindible para combatir a los apologistas de la
inmutabilidad. Pero también estas décadas han demostrado claramente
ya que el pragmatismo acérrimo y el anti-intelectualismo sólo
condenan a los pueblos ha ser, en el mejor de los casos, condenados
de la tierra en rebelión, pero no constructores de un mundo nuevo.
Libros como este nos recuerdan
lo fundamental de la rebelión, pero también, que el marxismo fue
una creación de la humanidad que llegó para proponer algo más que
un sueño: algo tan palpable y tan real como la apuesta de tomar el
cielo por asalto.
Podes conseguir el libro en
Buenos Aires en algunas librerías de la calle Corrientes, como
Hernández y la del Centro Cultural de la Cooperación; también en
El Aleph, Cúspide, Fray Mocho, Librería del FCE y Lorraine.
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